miércoles, 9 de junio de 2010

Feliz cumpleaños, Pá…

De pérdidas (2008) En los últimos días he pensado bastante en mi papá. Tal vez sea ese aire que se respira aquí en Brasil, ya que el domingo fue el día del padre. Recordé que de chica yo creía que mi papá era, literalmente, el hombre más hermoso del mundo. Pasaba horas mirando sus manos, que me parecían bellísimas. Cuando crecí, mamá me dijo que había tenido mucha suerte en heredar esas manos. Guardo algunos flashes. Con siete años, mientras mi papá encendía el calefón a leña de casa, me explicó que existía un acento que no se veía y que se llamaba acento prosódico. Cuando estudiamos ese tema en la escuela, años más tarde, me sentí importante porque mi papá me lo había explicado antes que la maestra. Cuando viajábamos en familia, nos reíamos hasta que nos dolía la panza. Papá nos hacía reír. No fue de extrañar que el primer chico del que me enamoré también me hiciera reír. Nos encantaba dormir todos juntos en la cama y desayunar juntos en esa misma cama que fue quedando chica a medida que mi hermano y yo crecimos. Y el hogar a leña… papá lo encendía y nos sentábamos todos a mirar las brasas, a conversar, a estar juntos. Mis padres conversaban mucho, así que yo los miraba y pensaba “la clave de un matrimonio es ser amigos”. Con diez años ya me parecía genial la idea de casarme con alguien que se convertiría en mi mejor amigo. Recuerdo su entusiasmo la primera vez que volví del colegio interno sola, en colectivo. Yo era chica, fue un evento importante, como una iniciación a la vida independiente. Había algo parecido al orgullo en la sonrisa de mi viejo. Viajando alguna vez los dos solos, cuando yo tenía 14 años, le conté que quería ser periodista, pero le dije que no estaba segura de que mi voz fuese buena en radio. Él, con la vista al frente y las manos en el volante, me dijo “mirá que a veces la voz suena mejor de lo que pensamos, yo escuché la mía una vez en radio y no sonó tan mal”. Y así, con esa levedad, espantó el miedo. Un año antes de que mis padres se separaran, fueron a buscarme al colegio. Cuando lo vi a mi viejo llegando de sorpresa, lo llamé gritando, corrí y me tiré en sus brazos, aún recuerdo la sensación de plenitud y felicidad. Tenía 14 años. Yo no imaginaba que esa sería la última vez que nos abrazaríamos tan fuerte, con tanta felicidad y sin tener el corazón quebrado. Mi viejo, el médico de rostro bello y manos que me cautivaban no estuvo cerca cuando me convertí en adulta. Lo volví a abrazar con la misma intensidad once años después. Vi en sus ojos una tristeza profunda y supe que a él también le había dolido. Ver esa tristeza fue importante para mí. Saber que a él no le dio lo mismo perderme. Conocí a su hijo y, sin que él se diera cuenta, tuve que llorar en el baño antes del almuerzo. Meses después me mudé a Brasil. Guardo estas pocas imágenes e intento hacer un álbum en mi memoria para que ocupen el lugar de tanto vacío, de tanta pérdida, de esa relación que se cortó tan de repente y que se pareció tanto, pero tanto, al abandono. Estas ideas me trajeron a la mente las palabras de John Irving, sobre su novela “Until I Found You”, que relata la jornada de un hijo que decide buscar al padre que lo abandonó. “Creo que el día a día de todos los seres humanos, no importa donde vivan o que nacionalidad tengan, consiste en eso: en poder continuar con la vida una vez que algo de ella nos ha sido arrancado”.-

viernes, 4 de junio de 2010

Para Simone, una de las mujeres que más admiro…

Moisés y Séfora, un amor inteligente (2007) “Por la fe Moisés hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de faraón prefiriendo ser maltratado con el pueblo de Dios, antes que gozar de los deleites temporales del pecado”. Hebreos 11:24 y 25 Sé que cuando hablamos de Moisés pensamos en un gran hombre, en un gran líder, en un magnífico personaje histórico y vemos, antes que nada, su grandeza como hombre a lo largo de la Biblia y a lo largo de la historia. Pero, qué se esconde detrás del gran hombre? Quien era Moisés antes de ser el profeta Moisés? Moisés creció lejos de su familia, fue dejado, aún siendo bebé, en las aguas del Nilo y rescatado por una princesa egipcia. Crecía en un palacio, sabiendo que no pertenecía al palacio y fue criado por su madre hebrea a quien no podía llamar de mamá. La vida de Moisés comienza con un desgarro, un desgarro necesario para salvar su vida. Cuando era un joven lleno de potencial y de expectativas, aún sin saber a qué pueblo pertenecía, quiso ser el salvador de algunos esclavos hebreos que estaban siendo maltratados y lo único que consiguió fue que los egipcios le pusieran precio a su cabeza y la ingratitud de los hebreos que no lo reconocían como uno de los suyos. Sin familia, sin patria, sin sueños, sin futuro, Moisés escapó al desierto. Imagino a Moisés como alguien lastimado, abandonado, su intento de salvar a su pueblo lo llevó a tener que escapar de los egipcios. Ya no pertenecía al palacio ni a los esclavos. El desierto es sinónimo de soledad. No hay pasado, ni futuro. No hay horizontes ni bellos paisajes. Sólo arena, sol y un horizonte infinito que parece no tener fin. Moisés estaba en el desierto y su alma también era un desierto. Tal vez tan terrible como perder la libertad sea perder la identidad. Ese es le Moisés que Dios encontró en el desierto. Y digo que Dios encontró porque siempre es Dios quien nos encuentra, aunque pensemos que somos nosotros quienes lo buscamos. Y cuando pensamos que nuestra vida esta acabada, cuando creemos que no podemos cometer más errores, cuando no tenemos perspectivas, identidad o grandes sueños para conquistar, Dios se acerca y nos dice “ahora si estás listo”. Para ser grandes hombres de Dios necesitamos de preparación y la primera lección en la escuela de Dios es vaciarnos de nosotros mismos, de nuestro pasado y de nuestro futuro. Dejar a los pies de Dios las heridas, pero también las ilusiones futuras. Esta lección es dolorosa, cómo no, pero quien en este mundo ha conquistado ciudades, medallas o un gran amor, sin antes haber sufrido. Dios es un entrenador olímpico. Si realmente deseas la medalla será mejor que estés preparado para el entrenamiento. Pero Dios sabe cuánto puedes dar, Dios te encuentra en medio del desierto y sabe, con sólo mirarte, a qué altura puedes volar. Y fue en el desierto, donde el cansado y vacío corazón de Moisés encontró a Dios. Y en Dios, Moisés construyó su identidad. Y aquí llega la gran historia de amor. Moisés llega a un pozo de agua. Rudos y desagradables pastores le roban el agua a siete jovencitas, hijas del sacerdote de Madián. Moisés ve la escena. Es fácil ser valientes cuando nuestro adversario es más débil. Lo difícil es ser valientes cuando las circunstancias no ayudan. Moisés pelea con los hombres de Madián y devuelve el agua a las hijas de Jetro. Moisés seguía siendo un salvador. La soledad, el desarraigo, el desierto y el vacío no habían cambiado la naturaleza de Moisés. Moisés seguía indignándose frente a la injusticia. Moisés continuaba defendiendo a los más débiles. Dios ve tu esencia y en el desierto tu esencia es probada, es examinada. Dios sabía que el corazón de Moisés escondía un gran líder, un líder que era capaz de enfrentar a los hombres más rudos de la ciudad para defender a los más débiles. No importa cuan solo estés en el desierto. Dios conoce tu esencia. Dios sabe de qué material estás hecho. Jetro eligió a Séfora, su hija mayor, para entregarla como esposa a Moisés. Y a lo largo de los capítulos de Éxodo y Números, que cuentan la historia de Moisés, se percibe un compañerismo constante entre Séfora y su esposo. Séfora fue, sin lugar a dudas, el apoyo incondicional para un Moisés que debió padecer, durante cuarenta años, a ese pueblo necio y testarudo que no aprendió nunca a confiar plenamente en Dios. Durante cuarenta años Moisés disfrutó de lo que no había tenido en su infancia. Una familia, dos hijos creciendo junto a sus abuelos, una esposa que lo esperaba en casa después de largos día llevando a las ovejas de Jetro a pastar en lugares lejanos. Moisés tenía una hogar, Moisés se sentía parte de una familia. El desarraigado Moisés, el desterrado Moisé, había encontrado en Séfora y su familia un lugar al cual pertenecer. Y cuando creemos que ya hemos aprendido todo, cuando creemos que nuestra vida no cambiará más, cuando somos gratos a Dios por la armonía familiar y afectiva que hemos encontrado, cuando nuestros sueños de juventud ya no molestan porque ahora nuestro mayor anhelo es permaneces bajo las cálidas alas de una realidad tranquila, ahí es cuando Dios aparece diciéndonos “ahora es el momento de que comience la acción”. Moisés debió dejar Madián, a su familia, y embarcarse en la difícil liberación de Israel. Pasó cuarenta años arrastrando a su familia a través del desierto, sus hermanos comenzaron a tener celos de la influencia de su esposa y se burlaron de su piel oscura, demasiado oscura para los prejuicios racistas de un pueblo que había sido esclavo durante más de cuatro siglos. Imagino a Séfora, seguiendo a su marido al desierto, soportando las burlas de sus cuñados y viendo a Moisés saliendo de mañana para volver a casa sólo en la noche, cargando en sus espaldas todos los problemas de Israel. Imagino a Séfora como una mujer fuerte y fiel, como una gran compañera. No hay una hermosa historia romántica entre Moispés y Séfora, pero sí se esconde la historia de una gran pareja. Séfora soportó, codo a codo, una realidad poco confortable, el desarraigo de su familia, de su idioma, de sus costumbres, educó a sus hijos sola mientras Moisés entraba a los anales de la historia como “el libertador”. Nunca mejor colocada la frase “detrás de todo gran hombre se esconde una gran mujer”. No sabemos mucho sobre Séfora en la Biblia, pero hay un pasaje que me parece significativo: Exodo 18:13-22 El padre de Séfora le da un consejo sabio a su hijo político, un consejo que aún hoy es utilizado por las grandes escuelas de negocios y liderazgo alrededor del mundo: un buen líder es aquel que aprendió a delegar. Tengo la impresión de que Séfora era una mujer tan sabía y coherente como su padre y creo que fue Séfora quien le pidió a Jetro que orientara a un Moisés demasiado cansado y demasiado perdido ante la inmensidad de su obra. No se si Séfora era una mujer hermosa. Pero estoy segura de que Séfora era una mujer inteligente. Existen mujeres que renuncian a su vida para acompañar la vida de sus maridos. Mujeres que educan solas a sus hijos mientras sus esposos salvan a la Humanidad. Existen mujeres que nunca serán reconocidas, pero sin las cuales el mundo no sería el mismo. Existen mujeres que eligen amar a un hombre aún cuando no son aceptadas por la familia de ese hombre. Existen mujeres que eligen amar al Dios de sus maridos, aún cuando lo conocen muy poco. Existen parejas que nunca cenarán a la luz de las velas, pero que pueden sentarse, uno frente al otro, al final del día y saber que son fuertes lo suficiente para sostenerse el uno al otro después de un día agotador. Existen parejas que viven un compañerismo que se fortalece con cada prueba, con cada tristeza. Bueno, de esto también esta hecho el amor. Existen historias de grandes amores y existen historias de grandes parejas. De algo estoy segura, Moisés no habrá sido el gran Moisés que conocemos sin la fidelidad de Séfora. Moisés no habría sido el profeta Moisés sin Séfora. El verdadero amor nos ayuda a construir la persona que debemos ser.-

Para Marcelo, que el shabat restaure tu cansado corazón

Juan Bautista, la voz que clama en el desierto (2006) “De cierto os digo que entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista; y, sin embargo, el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él””. Mateo 11:11 Esta semana, cuando abrí la Bilbia y descubrí que el tema era Juan el Bautista, me emocioné. Pocas historias en la Biblia me conmueven tanto como la de Juan el Bautista. Cuando somos niños, muchas veces, nos preguntan a quienes queremos encontrar en el Cielo, y así surge una lista de familiares, amigos y grandes personajes bíblicos. Confieso que nunca tuve ningún nombre en mente, nunca pude responder a esa pregunta, no había en mi ninguna gran fascinación por algún personaje bíblico que encontraría en el Cielo. Pero los últimos años han sido años difíciles. A medida que el tiempo se agota y este mundo va llegando a su fin, las dudas, las tristezas, las crisis espirituales parecen intensificarse. En un país extraño, con un idioma nuevo y lejos de casa es fácil perder de vista a Dios y concentrarse en la soledad que nos rodea. Y en medio de esas noches oscuras sin claros amaneceres esperando por mí, la imagen de Juan el Bautista me sostuvo de una manera casi milagrosa. Así que por primera ven en 29 años, estoy esperando deseosa que llegue el día en que, redimidos y restaurados por Jesús, pueda acercarme, con cierto reverente temor, a ese hombre envuelto en ropas de cuero y larga barba. Simplemente quiero acercarme para decirle, con cierta timidez: gracias, porque tu ejemplo me mantuvo en pie y no me dejó desistir. Hoy escribiré sobre un gran hombre. De un hombre que fue grande no porque no tuvo miedo, sino porque creyó, aún , cuando la duda y el miedo lo acorralaron. Hoy, hablaremos de un hombre que amó a Dios cuando Dios parecía ausente. Para introducir la fantástica e intensa historia de Juan el Bautista, es necesario concentrarnos en los últimos días del mensajero de mensajeros. De la voz que clama en el desierto, de áquel que miró a Dios a los ojos y dijo “éste es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Mateo 11, versículo 2 al 14. Juan está derrotado y acabado en una oscura, húmeda y fría cárcel romana. Depende de un rey hebreo que poco interés tiene en emular a su antepasado, el rey David. Herodes, como la mayoría de los políticos, sólo quiere que lo dejen en paz. Y Juan el Bautista estorba, como estorban todos los que dicen la verdad. La lucidez molesta, esto lo saben todos los dictadores que dan poder a los mediocres y encarcelan a los intelectuales. Y Juan, que vivió toda su vida en el desierto sin fin, bajo el sol ardiente de Palestina, apenas puede moverse entre grillos, cadenas y frías piedras de una cárcel demasiado oscura para quien ya había visto la luz de la gloria de Dios rodeándolo. Y Jesús no apareció. Jesús no estuvo ahí para sostenerlo, para alcanzarle un vaso de agua, para abrazarlo y susurrarle al oído que todo estaba bajo control. Los ángeles que presenciaron el bautismo de Jesús no rompieron ni un solo eslabón de la cadena que aprisionaba los brazos de Juan, brazos que se habían levantado al cielo más de una vez para orar por aquellos que recibían el bautismo de inmersión. Cómo se sobrevive en un calabozo después de haber caminado treinta años en la gloria de Dios? Cómo se sobrevive al infierno, cuando el Cielo ha sido el único hogar conocido? Como se enfrenta el silencio de Dios cuando su voz ha sido nuestra única compañía? Juan estaba solo y no entendía nada. Y la duda llegó, y la duda nunca llega sola, generalmente la acompañan el miedo, la tristeza, el desánimo, la rabia. Y Juan clama desesperado por una respuesta de Jesús. Y Jesús responde con actos, con actos de misericordia. Y en cada milagro de Jesús, relatado por sus discípulos, Juan reconoce al Dios que caminó con él en el desierto. Y Juan muere solo y humillado. Pero Juan muere en paz. Porque el carácter de Dios habitaba su corazón. Juan no necesitaba de la libertad del vasto desierto para sentirse en casa. Porque el Cielo en plenitud habitaba el corazón de Juan. Y cuando la pesada hacha cayó sobre el cuello débil del gran profeta, los ángeles colgaron las arpas, el coro celestial dejó de cantar, el universo contuvo el aliento. El más grande de todos los profetas acababa de ser silenciado. Hay reverencia en el Cileo cuando un mensajero es silenciado por la muerte injusta y humillante. Hay reverencia en el Cielo cuando un mensajero es acallado en la soledad de una cárcel desconocida. Hay reverencia en el Cielo cuando alguien elije morir siendo fiel a su Dios. Pero a pesar de la muerte, Juan no tuvo miedo. Porque esa cárcel oscura, esa hacha miserable y esos hombres cobardes no podían contener todo el amor y el respeto que el Cielo sentía por el profeta asesinado. El Cielo guardó silencio, porque los ángeles descendieron para honrar al profeta sentenciado a muerte y para que su corazón escuchara la más dulce de las melodías: el silencio de Dios que acompaña sin molestar, que permanece. Nunca un hombre fue más honrado por el Cielo, en su lecho de muerte, que Juan el Bautista. Nunca un corazón descansó con tanta paz. El carácter de Dios se reflejaba en Juan y quien refleja el carácter de Dios, nunca está solo, porque el Eterno está en él. Quienes elijan ser mensajeros de Dios serán probados al límite. Serán llevados a lugares que nunca imaginaron que pudieran existir. Serán obligados a confiar en Dios cuando Él guarde silencio. Juan el Bautista fue honrado como el más precioso de los guerreros. Enfrentó el infierno de la duda, y aún así eligió creer. “Qué salisteis a ver?” gritó Jesús a la multitud, “una caña sacudida por el viento?” Fortaleza no es ausencia de miedo. Confianza no es ausencia de duda. Fe y coraje son el resultado de la actitud frente al miedo y la duda que nos consumen. Juan el Bautista fue fuerte. Permaneció firme en medio de la oscuridad y de una muerte solitaria. Cuando llegue al Cielo, con esta voz pequeña y tímida que tengo, con las pocas energías que me queden, con ese miedo reverente que nos inspiran las personas que admiramos, pienso acercarme al gran Juan el Bautista, y espero tener el coraje suficiente para decirle, aunque más no sea con un hilo de voz: “gracias”. Juan en la soledad de la cárcel es la figura que me ha mantenido en pie durante las mas cruentas batallas espirituales. Juan el Bautista es a quien miro cuando no consigo tener fe, cuando la duda es demasiado pesada. Espero que en aquel día, en esa celebración maravillosa que será la llegada de los santos al Cielo, Juan el Bautista acepte mi gratitud y entienda cuán importante fue para mí su miedo, su muerte injusta, su soledad, su fortaleza. Y, quien sabe, tal vez, hasta lloremos juntos.-

jueves, 3 de junio de 2010

Y dijo Dios:

“Jehová guarda a los extranjeros” Salmos 146:9 (Parque da Cidade, 2 de junio, 16:45, con rabia y con tristeza, buscando al Eterno)

miércoles, 2 de junio de 2010

Dios y yo

Hoy Te odié, porque hice de Vos mi casa, y me sentí huérfana. Quisiera que el Eterno fuera, también, un lugar geográfico. No tengo a dónde ir, y Vos seguís callado.

viernes, 28 de mayo de 2010

Feliz sábado Hugo!

Hugo fue mi mentor periodístico, y aunque este texto no coincidía con la ideología de la publicación en la cual colaboraba, lo publicó igual, sin ninguna alteración. Lo que hace de Huguito un gran editor, además de un gran ser humano. El chico del piercing (2008) Eran las once de la noche y yo estaba en un colectivo urbano atravesando Campinas, una de las ciudades con mayor tasa de criminalidad en Sudamérica. Al lado se me sentó un chico pelilargo, lleno de anillos, con más de un piercing en la nariz y mirada perdida. Miré por la ventanilla y me pregunté qué estaba haciendo yo a esa hora, en ése colectivo y en semejante ciudad. De repente el chico abrió una enorme Biblia, se la puso en el regazo y comenzó a leerla en silencio. Con total naturalidad. Yo sonreí. Y recordé mi pequeña Biblia de bolsillo. Reconozco que llevo mi Biblia de bolsillo a todos lados, siempre está ahí, en el fondo de mi enorme bolso de mano. Pero la verdad es que no la leo en público. Me da pudor. Tengo miedo de pasar por evangélica fanática. Así que me llevo siempre, también en la enorme cartera, uno o dos libros que me acompañan indistintamente en viajes, filas de banco y esperas en consultorios. Pero nunca abro la Biblia de bolsillo. Yo no salgo de casa sin un libro en la cartera. Me desespera tener tiempo libre y nada para leer. Algunos de los libros que cargo son religiosos, otros son clásicos de la literatura, otros, libros prestados que deben ser leídos rápidamente para volver a su dueño. Como sea, los libros cambian, van y vienen, pero la Biblia de bolsillo está siempre ahí, en la enorme cartera. El tema es que la pobre nunca ve el sol. Por qué cuesta tanto hacer públicas algunas inocentes práctica cotidianas? Nos da vergüenza expresar afecto en público, nos da vergüenza que nos vean con la remera que usamos para cortar el pasto, nos da vergüenza orar en un restaurante, nos da vergüenza que nos vean leyendo una Biblia. Justamente por eso lo que me impactó del chico del piercing fue la naturalidad con la que abrió la Biblia y comenzó a leerla. Yo tengo casi 30 años de vida religiosa y no tengo esa naturalidad para abrir la Biblia en público. Naturalidad. Tal vez eso sea lo que define quienes somos. No el cabello, la corbata, la cara lavada, la ausencia de metales y joyas en nuestro cuerpo, sino la naturalidad con la que expresamos nuestro mundo privado, como por ejemplo, usar los 40 minutos de trayecto en un colectivo para leer la Biblia. Pero no crean que esta experiencia cambió mis hábitos de lectura. Ahora estoy leyendo un libro sobre psicología, mi Biblia continúa guardada en el fondo de la cartera. Lo que sí ha cambiado desde esa noche, es que si algún día mi hijo quiere ponerse un piercing, no voy a horrorizarme. Aprendí en la peligrosa Campinas que la calidad humana pasa por otro lado.-

Para comenzar el día…

“Y tú irás hasta el fin, y reposarás, y te levantarás para recibir tu heredad al fin de los días”. Daniel 12:13 viernes 28 de mayo, 2010 12:30, cuando me tomé dos minutos para escuchar el silbido apacible…

miércoles, 26 de mayo de 2010

ya te dije que en quechua no se ama con el corazón y sí con las entrañas???

de Amy, 26 de mayo, 2010Si te quiero o no te quiero, eso no le importa a nadie, nos importa a tí y a mí y al oscuro de una calle....” te acuerdas de José Luís Perales??
Es que de repente me dio un fuerte, como se dice, llamado de la pachamama puede ser, no sé... latinidad o algo parecido y me acordé de tí… no tengo nada interesante para contar... son todas tonteras del trabajo, así que iré al punto:
Te quiero mucho y te extraño. Estás en mis pensamientos y deseo mucho que estés mejor... y que tu subida al Monte Nebo ya te haya regalado la dicha de ver la tierra prometida.
Besos... desde mis entrañas...
pd: ya te dije que en quechua no se ama con el corazón y sí con las entrañas???

Cartonera (2008)

Fue en marzo del 2005. Era la primera vez que volvía al país desde mi mudanza a Brasil. Estaba en Buenos Aires, haciendo papeles en el consulado y visitando amigos. En una de esas salidas, estábamos comprando empanadas, y nos acompañaba Samira, la cachorrita salchicha de Cecilia. En un descuido, Samira hizo pis en el local y desesperados pedimos algo para limpiar el piso, y de paso, limpiar también nuestra pequeña humillación burguesa. Lo único que conseguimos fueron servilletas de papel, así que limpié el piso y salí a la calle a buscar un basurero para tirar el improvisado pañal de Samira. No encontré un basurero, pero vi una enorme bolsa de consorcio negra llena de cartones y sin pensarlo dos veces, tiré las servilletas sucias en la bolsa. Y cuando levanté los ojos, la vi. Estaba vestida con jeans y camiseta y buenas zapatillas, estaba vestida como me vestía yo a su edad, típica clase media de los 90. No tenía más de 19 años. Sólo cuando la vi con cartones en la mano y parada al lado de la enorme bolsa, me cayó la ficha. La chica era una cartonera y yo había usado la bolsa donde estaba juntando los cartones como basureo para la servilleta llena de pis de perro. La chica, bonita, educada, tan parecida a mí, me miró con una dignidad indescriptible. Me morí de la vergüenza. Pero de esa vergüenza que sale del alma. Sentí, claramente, que le estaba faltando el respeto a alguien que estaba trabajando, con responsabilidad y honestidad. Balbuceé, muerta de vergüenza, una disculpa, intentando rescatar la servilleta y la chica me dijo que la dejara ahí, que no había problema. Y siguió trabajando. La chica me miró a los ojos, serena, tranquila y cuando vio mi desesperación por retirar la servilleta se preocupó por aclararme que estaba todo bien, que no me preocupara. Había una dignidad tan natural en esa chica, una aceptación tan sana de su trabajo. No había complejo, ni culpa, ni resentimiento. La piba estaba trabajando, así de simple. Inspirar respeto no es algo que dependa de las circunstancias, es algo que viene de adentro, que sale por los poros, que tiene que ver con la manera en que nos miramos a nosotros mismos. Pocas veces me sentí tan desubicada y tan patética como frente a esa cartonera. Donde yo veía una bolsa de basura había, en realidad, una herramienta de trabajo. Una manera digna y honesta de ganarse el pan. Esa noche entendí que había una nueva Argentina. El país era otro. Durante mucho tiempo estuve encerrada en mi pequeño mundo universitario. Pero la verdad era que el país millonario de principios del siglo XX se había ido para siempre. Esa chica, diez años antes, habría viajado a Miami con su familia. Hoy, recolectaba cartones en Once para venderlos. Y lo hacía con digna naturalidad. Saben que es lo que más admiran los brasileros de nuestra gente, de nuestro país? Ese empuje, esa fuerza para no aflojar, ellos admiran el fútbol argentino porque los jugadores son “raçudos”, o sea, de raza, no aflojan, pueden estar perdiendo humillantemente, pero dejan el alma en la cancha hasta el último segundo. Y los brasileros consideran eso admirable, a pesar de la rivalidad. Cierta ingenuidad desapareció en aquella noche de verano en el barrio de Once. Mi país había cambiado. Había gente que vivía de vender cartones, que es una manera “raçuda” de hacerle frente a la pobreza. Yo aún recuerdo impresionada, casi con reverencia, la dignidad de la chica que no se ofendió cuando confundí su trabajo con un basurero cualquiera. No voy a olvidar nunca esa dignidad, no quiero olvidarla. Porque aunque parezca difícil de creer, ese día, junto con la compresión tardía de que mi país había cambiado para siempre, también sentí, por primera vez, un sano orgullo por lo que podíamos ser. Poco me importa si Buenos Aires es, o fue, la París de Latinoamérica. Yo vi el país que quiero, el país que considero posible. Lo vi en la mirada digna y respetable de la cartonera de Once.-

lunes, 24 de mayo de 2010

Para mis amigos de la facultad, que están del otro lado del Atlántico…

El Verbo (2007) Hace un tiempo, buceando en diversos artículos de Internet encontré esta frase que me cautivó por su simpleza. Werner Herzog, cineasta alemán, escribió: “El turismo es pecado. Viajar a pie es una virtud. Apenas la gente entiende que uno llegó caminando, que está tratando de mezclarse con ella y comprenderla, cambia inmediatamente su comportamiento. A pie, uno no es perseguido, ni impedido de usar los recursos ajenos. Y escucha historias que no le fueron contadas a nadie”. De eso se trata, de caminar a pie. Y Dios lo entendió muy bien. En el paraíso, Dios fue acusado de egoísta y mentiroso. Cómo se reconquista la confianza de criaturas miedosas y confundidas por las patrañas de Satanás? Yo habría buscado una salida más fácil, tal vez más intelectual. O una salida drástica, eficiente, cortar el mal por la raíz. Dios esperó pacientemente. Yo habría gritado a los cuatro vientos cuán injusta era esa acusación después de crear el más bello de los mundos para esas dos ingratas criaturas. Dios esperó pacientemente. Yo habría acelerado los tiempos, habría congelado el infierno, habría buscado el apoyo incondicional de los ángeles. Dios esperó pacientemente. Y Dios espero pacientemente porque estaba interesado en tu persona. El carácter de Dios había sido desafiado, y Dios sabía que aceptar ese duelo y fallar, tenía como precio perderte. Por ese motivo, Dios eligió cuidadosamente cada uno de sus movimientos. Por ese motivo, Dios esperó pacientemente. Perderte, significaba para Dios, el infierno. Sentiste alguna vez que alguien a quien amabas te miraba con miedo? Trabajaste alguna vez, sin descanso, para recibir al final del día una mirada desconfiada? Dios sabía que todos nosotros escaparíamos cada vez que oyéramos su voz en el huerto. Dios nos veía, desnudos y avergonzados, perdidos y huérfanos, incapaces de confiar en Aquel que nos había creado. Y Dios esperó pacientemente. Y cuando el tiempo llegó, el Verbo se hizo carne. Dios sabía que no podías alcanzarlo, así que vino hasta tu tierra. Dios sabía que no podías escucharlo, así que eligió hablar tu idioma. Dios sabía que pasarías la mayor parte de tu vida con frío y con miedo, así que no dudó un segundo en ser un pequeño bebé asustado. Dios eligió caminar a pie. Polvo, sol, cansancio, hambre, soledad, frío. Dios eligió enfrentar la calumnia de la manera más sabia. Dios eligió venir a este mundo y caminar a pie. Dios no fue un turista, ni un hombre de paso. Dios llegó y vivió tu vida, absorbió tus heridas, lloró tus lágrimas, sonrió con tus alegrías. Dios eligió caminar codo a codo con el hombre. Y después de la cruz, el infierno se quedó sin argumentos. Ninguna espina traspasará tu corazón sin haber traspasado primero el corazón de Dios. Ninguna enfermedad azotará tu cuerpo sin que Dios la sienta en la propia piel. Ninguna soledad oscurecerá tu alma sin antes oscurecer al Dios del Universo. Podemos confiar en Él, porque Él caminó con nosotros.-

viernes, 21 de mayo de 2010

Mi dedicatoria favorita…

A LÉON WERTH Peço perdão ás crianças por dedicar este livro a uma pessoa grande. Tenho um bom motivo: essa pessoa grande é o melhor amigo que possuo. Entretanto, tenho um outro motivo: essa pessoa grande é capaz de compreender todas as coisas, até mesmo os livros de crianças. Tenho ainda um terceiro: essa pessoa grande mora na França e ela tem fome e frio. Ela precisa de consolo. Se todos esses motivos não bastam, eu dedico então este livro á criança que essa pessoa grande já foi. Todas as pessoas grandes foram um dia crianças – mas poucas se lembram disso. Corrijo, portanto, a dedicatória: A Leon Werth quando ele era criança. O Pequeno Príncipe, de Antoine de Saint-Exupéry. (Paris, 1911)

Así me siento…

Sobre la confianza (noviembre, 2008) Se llama “The Horse Whisperer”, es una película de Robert Redford estrenada en 1998 y pasó por la taquilla sin pena ni gloria. Ha sido traducida al español como “El señor de los caballos” o, en un título más fiel al original, “El hombre que susurraba a los caballos”. Anoche la alquilé. Pensaba mirar una película leve, apenas un drama familiar tamizado por una historia de amor y cuando me di cuenta, estaba llorando como una nena de cinco años. Y supe exactamente por qué. Lo que le da sentido a la película es la relación entre el “susurrador de caballos” y ese animal pura sangre, traumatizado por un terrible accidente. Hay tanta comprensión, tanto respeto cuando el protagonista mira por primera vez a ese caballo convertido en un animales agresivo. Y lo mira, y el caballo esta sucio y lastimado y temblando y con profundas cicatrices. En un momento la voz de la protagonista explica esta relación conturbada: “Los caballos primero conocieron al hombre como una presa conoce a su cazador… el hombre los cazaba para comerlos, así, la alianza con el hombre sería para siempre frágil, pues el miedo inflingido por éste era demasiado profundo para desaparecer… algunos hombres han entendido esto, ellos pueden ver a través del alma de la criatura y sanar las heridas que han encontrado… los secretos susurrados suavemente en oídos perturbados. Estos hombres son conocidos como los “susurradores”. Y esta descripción me hizo pensar en Dios y en la manera en la que él nos trata cuando hemos perdido la fe. La manera en que el protagonista lidia con ese animal furioso y lastimado fue una ilustración certera de la manera en que Dios lidia con nosotros cuando la furia esconde desconfianza y miedo. En una de las escenas que mas me conmueve, suena un celular, el caballo enloquece y la orden es clara: “no peleen con él, si empezamos a jalar nunca lo sacaremos del agua” y cuando el caballo se suelta, nuevamente la orden: “déjenlo ir”. La planicie es vasta y a lo lejos se ve al caballo, lastimado y aún con miedo. El hombre se agacha y permanece de cuclillas mirando al caballo, de lejos. Respeta su tiempo. Respeta su brío y su independencia. Simplemente espera. Y cuando comienza a oscurecer, el caballo lentamente se acerca y se deja guiar al establo. El mensaje del “susurrador” es claro: “yo tengo el control, pero sólo después de que confíes en mí”. Es fantástico ver como a lo largo de la película el caballo va recuperando su confianza en el hombre, hasta que se vuelve capaz, nuevamente, de cargar a la pequeña jinete. Y después de enlazarlo, el caballo sigue al hombre con extrema docilidad. Esa película fue providencial porque me recordó que Dios no esta interesado en mi obediencia, él es bastante más ambiciosos: él quiere mi confianza. Y si bien lo segundo incluye lo primero, no son sinónimos. El pecado nos dejó lastimados y asustados y colocó una duda miserable dentro del alma humana: “y si Dios no es confiable?”. Y Dios, como un susurrador de caballos, se acercó y permaneció inmóvil, quieto, sereno, nos atrajo con cuerdas de amor, nos miró a los ojos y esperó a que estuviésemos listos para acercarnos a él y dejarnos guiar. Somos criaturas lastimadas y Dios, como un encantador que susurra a nuestro oído, soportará nuestro tiempo y nuestro miedo y estará esperando, impasible, hasta que estemos en condiciones de entregarle las riendas. Todo lo que él desea es conquistar nuestra frágil confianza. Él estará ahí y en el momento indicado volveremos a cabalgar por praderas verdes, leves y sueltos, con la serena convicción de que el miedo no regresará más. Si Dios parece distante, no te asustes, él simplemente está respetando tus tiempos y esperando en silencio que le entregues las riendas. Que confíes en él.-

Cosas que amamos sin motivo aparente…

“La Mía es comuncita nomás, así, grisecita, común. Ni siquiera angora o especial?????... todo bien. Gracias por la foto, mil abrazos, te amooooooo”. (email de mi mamá, después de ver la foto de Mía)
Sí, es comuncita. Y jamás hubiese aceptado un gato en casa si no fuera por la voz suplicante de Glauce en el teléfono. Dije que sí. Y me vi envuelta en un mundo de piedras higiénicas, comida para gatos bebés, vacunas de 80 reales. Glauce quería llamarla Bonita, pero cuando la trajeron, después de que fuera abandonada en la casa de unos amigos, flaca, con tres meses, la miramos bien y dijimos casi al unísono “no, no dá ponerle Bonita”. Le quedó Mía. Nombre de nena cheta de Palermo, pensé... Nunca me gustaron los gatos. Me parecieron siempre la síntesis del egoísmo. Me gustan los perros, me identifico con las características de los perros, siempre las consideré tan superiores, moralmente, a las características gatunas. Pero llegó Mía, y con vergüenza tuve que confesarles a mis amigos de toda la vida que tenía un gato viviendo en el departamento. Y a mi mejor amiga, sí, a ella, que cuando me quedaba a dormir en el sofá de su casa le pateaba el gato que se me instalaba en los pies, a esa amiga… le dejé un mensaje en el contestador, porque no me animé a decírselo por teléfono. Nunca escupas para arriba, decía mi mamá. El tema es que Mía se instaló en la casa, así, chiquita y feíta y cuando me di cuenta se me había instalado en el corazón. No me van a creer, pero la considero la gata más linda que vi en mi vida. Dicen que la belleza está en los ojos de quien mira. Es probable. Como también es probable que yo vea en Mía cosas que otros no pueden ver, hay un conjunto de significado, de belleza oculta en esa gata que ya no sabe que más destrozar en mi departamento. Resumido magistralmente por Saint-Exupéry ‘Foi o tempo que perdeste com a tua rosa que a fez tão importante’.-

¿?

A donde vamos cuando no sabemos cual es nuestra casa? Silvina, mayo de 2010

Lo opuesto a la soledad…

“Yo miro para adentro e intento escribir desde la conexión con lo que siento, mi único compromiso y mi única estrategia es escribir desde mi eje. Si eso sale bien, otros conectan con ese mismo eje a través de la canción, que es una puerta que, por un momento, hace sentir a dos personas una”. Jorge Drexler, músico uruguayo radicado en España (de alguna entrevista que leí en algún lugar, 2010).

lunes, 17 de mayo de 2010

Feliz cumpleaños…

Ella (17 de mayo, 2008) Mi mejor amiga me llamó por teléfono la primera vez que la besaron. También hizo algo fantástico cuando mis padres se separaron: se quedó callada. Si había algo que molestaba en aquella época eran las palabras. No había energía para digerirlas. Cuando conoció al estudiante de medicina le dije, a modo de premonición: “con este te vas a casar”. Ella me miró con incredulidad. Cuando supe que estaban saliendo la llame por teléfono y cuando atendió le puse la marcha nupcial a todo volumen. Se casaron nomás. Uno tiene cierta percepción extra con la gente a la que quiere mucho. Con mi mejor amiga tuvimos que enfrentar una realidad terrible para cualquier tipo de relación: asumir que no podíamos vivir juntas. Nos llevábamos mal. Creo que si hubiésemos seguido viviendo juntas la relación no habría sobrevivido. Nos separamos. Dolió bastante porque ella era mi única familia en el campus universitario. Aún así valió la pena. Seguimos amigas. Y tal vez de viejitas hasta podamos vivir en departamentos vecinos. Ese mismo año me enamoré de un muchacho políticamente incorrecto. Ella fue la única persona que trató ese sentimiento con respeto. Ella siempre supo como lidiar con mi torpeza. Maduró antes que yo y esperó con paciencia a que la alcanzara. En muchos aspectos, todavía me sigue esperando. Yo soy una persona más equilibrada porque ella, en el momento justo, me cantó las cuarenta, sin anestesia. Ella hizo algo que ni siquiera mis padres consiguieron hacer: nunca perdió la fe en mí. La última vez que la visité todavía le dolía el cuerpo después de haber parido a su primogénito. Aun así caminó tres cuadras hasta el supermercado para comprar las tapas hojaldradas que me gustaban, y me hizo empanadas. Me emocionó profundamente sostener a su bebé en brazos por primera vez, porque yo todavía recuerdo, vívidamente, tener cuatro años y correr hasta su casa, con mi mamadera en la mano y el cabello sin peinar, para buscarla y salir a jugar. Ella tiene una característica esencial para ser una gran amiga: cuando esta cerca, tengo la sensación de que está todo bien, de que estoy en casa. Y si no está todo bien, ella compra un chocolate y, seguro, las cosas mejoran después de una charla. Escribo esto porque hace unos días me pidieron que mencionara a una mujer que admiro, y ella fue el primer nombre que me vino a la cabeza. Construyó la vida que quería tener y la construyó con sabiduría, sin lastimar a nadie. Yo todavía no se lo he dicho, pero ella es una de las personas que más admiro en el mundo.- Para Kiki.

viernes, 14 de mayo de 2010

Shabat Shalom, “mas de lo que Israel cuida al Shabat, el Shabat cuida a Israel”

Sobre la dulzura… (agosto, 2008) Esta semana fui sarcástica con Dios. Sucede cuando estoy al límite de mi resistencia emocional y mental. No es fácil mencionar esta pequeña miseria interior, pero aquí estoy, reconociendo que aunque amo a Dios, lo deshonro con facilidad. Agotada y estresada me dispuse a preparar mi pequeña reflexión radial de la semana. Cuando abrí la Biblia para concentrarme en el texto, reconocí palabras que me acompañan desde la infancia. “Así que no temáis; máis valéis vosotros que muchos pajarillos”. Miré el texto y miré esa computadora que marca mi agenda laboral desde hace casi cuatro años y pensé: “Ok, lindas palabras, y ahora que hago Señor? Imprimo una foto de pajaritos y la pego en mi computadora para recordar por qué estoy desgastando mi juventud trabajando en tu iglesia?”. Estaba triste y enojada y cansada. Y Dios respondió como responde siempre, como un perfecto caballero. Dios no se estresa. Dios no actúa bajo presión. Dios no se inhibe. Dios no se asusta. Dios no se tapa la nariz cuando empezamos a oler feo. Dios no se ofende cuando mi agotamiento lo lastima. Él, con la misma cadencia de siempre, me dijo: “Y si te concentrás en el contexto del versículo? Y con cierto desgano leí, íntegramente, el capítulo 10 de San Mateo. Y permanecí en silencio por unos minutos. En ese capítulo Jesús esta diciéndoles a sus discípulos, claramente, cuál seria el precio a pagar por continuar con su obra. Qué costo tendría seguir los pasos del maestro. Es un discurso duro, fuerte. Jesús no ahorra detalles. Jesús habla claro. Jesús no disfraza ninguna de las desventajas de seguirlo. Y de repente, en el medio de ese discurso casi militar, Jesús hace un paréntesis, mira a sus discípulos a los ojos y, viendo todo el dolor que deberían enfrentar, les dice: “Nada de lo que sucede con la mas pequeña de las aves escapa al control de Dios, recuerden eso cuando se sientan solos y abandonados. No tengan miedo, ustedes jamás escaparan a la mirada Dios”. Esos pocos versículos desentonan con el estilo general del capítulo 10. Hay dulzura, hay ternura en las palabras de Jesús. Hay simplicidad. Hay una ilustración casi infantil sobre la preocupación de Dios por nosotros, sobre el control absoluto de un Dios que no duerme, que no se descuida, por un Dios que ha hecho de nosotros el centro de su universo. Así que ahí estaba yo, agotada y sarcástica, recordando que mis tiempos están en las manos de Dios y que esas manos, ya fueron perforadas por amor a mí. La dulzura de Dios. Es la dulzura de Dios, y no su omnipotencia, la que me deja sin palabras. La salvación es un regalo. Pero la vida con Dios tiene un precio. Y si no me creen, pregúntenle a Abraham cuánto le costó el amor de Dios. Pregúntenle a Job qué precio tuvo que pagar para permanecer al lado del Eterno. Pregúntele a Juan el Bautista cuánto perdió por caminar con Dios. Pero Dios sabía que no sería fácil. A veces es el pecado, a veces son las pruebas espirituales, otras veces es nuestra propia estupidez. Cómo sea, El sabía que no sería fácil, y por eso dejó la más simple, la más tierna, la más dulce de todas las ilustraciones. Para que cuando estuviésemos demasiados cansados, su voz llegara hasta nosotros sin tanta complicación. Aprendí algo importante esta semana. Cuando estamos demasiado agotados para que la teología, las profecías, incluso la iglesia, puedan tener sentido para nosotros, cuando no hay más resto, cuando estamos desgatados y la fe no alcanza, la dulzura de Dios consigue mantenernos en pie. Su sencillez. La ternura de sus palabras. La dulzura de Dios nos sostiene cuando nada más da resultado. Y aún hay gente que se pregunta por qué elegí a Dios como el amor de mi vida.-

miércoles, 12 de mayo de 2010

Para Marcelo y Simone, para que nunca olviden que quedan 7000 cuyas rodillas no se doblaron ante Baal.

Ésa mirada... Nidia tiene cáncer. Rodrigo es adolescente y ganó una beca en Alemania. Jaime e Ivone tienen seis hijos. María Teresa pasó quince años buscando una iglesia que guardara el sábado. Todas esas personas, tan diferentes entre sí, están guardadas en mi corazón, celosamente cobijadas contra el olvido. Ellas no me conocen, no saben quien soy, y ya han pasado más de tres años desde la primera vez que las vi. Corría el 2006 y mi único deseo era que el año terminara y llegaran las vacaciones. Pequeños infiernos personales y laborales se cernían sobre mí y no parecían tener planes de desaparecer. Y yo, acostumbrada a pelear y pelear y nunca abandonar la batalla, llegué al límite. Simplemente entendí que mis días en ese trabajo habían terminado. Fin del viaje. Había que buscar nuevos horizontes. Cuando se nos casa el cuerpo, tenemos esperanza, pero cuando se nos desgasta el espíritu, a dónde vamos? Y yo decidí que era hora de volver a casa. Pasaron apenas minutos de esa decisión y recibí el mail del gerente de televisión de Chile, “…y? viste el dvd que te mandamos con historias de Chile?”. Claro que no lo había visto, estaba en la lista de pendientes, no en la lista de urgentes. Y por una cuestión de educación, decidí mirar el dvd para poder responder el mail. Y la vi. Ésa mirada. Es brillante. Es dulce. Es pacífica. Es profunda. Ése brillo, el brillo de quien ha pasado mucho tiempo en el oscuro y de repente, ha visto a Dios. Ésa mirada no se me olvida más. La mirada de quien ha visto a Dios a los ojos y ha elegido quedarse con Él. Ese día conocí a Nidia, a Rodrigo, a los hijos de Jaime e Ivone. Me marcó especialmente la mirada de María Teresa. Quince años esperando por una iglesia que guardara el sábado, es mucho tiempo. Y se me heló la sangre, porque quince años antes, yo ni siquiera había decidido estudiar periodismo. Y María Teresa tenía esa mirada bella de quien, después de una búsqueda intensa, ha encontrado al amor de su vida. Y después de ver ésa mirada recordé por qué estaba trabajando tan lejos de casa, porqué valía la pena enfrentar las tormentas, el desierto, la soledad. Recuperé la perspectiva y elegí quedarme. Guardo esa mirada conmigo y esa mirada es todo lo que necesito para que mi trabajo tenga sentido, para que el pago a fin de mes me parezca justo a pesar de los impuestos y las cuentas de teléfono y los pasajes de avión. Yo trabajo para que la gente se encuentre con Dios. No trabajo en función de números, de bautismos, de instituciones. Trabajo para ver ésa mirada en gente que no conozco. A veces lo olvido y el camino se hace insoportable y entonces vuelvo al gastado dvd que guardo en la primera gaveta de mi escritorio y veo esos ojos emocionados, sencillos, tan llenos de un sereno amor por Dios. Quiero que la gente vea a Dios y que lo ame y que elija quedarse cerca de Él y el resto… el resto vendrá por añadidura. Comparto esto con ustedes porque el sábado hubo un bautismo en la pequeña iglesia central de la ciudad donde vivo y Lucas, el padre de familia que estaba por bautizarse a los 47 años, tenía esa mirada. Y me emocionó profundamente. Y recordé las certeras palabras de Glauce, mi hermana postiza en Brasil, “bom olhar nos olhos de quem olhou para Deus”. Y si… es maravilloso mirar a los ojos de quien ha encontrado a Dios.-

lunes, 10 de mayo de 2010

O que eu aprendi com voces…

Buena gente (diciembre, 2008) Me gusta la gente silenciosa. La gente que no hace ruido, la que apenas se percibe. Me gusta la gente que está hecha “de buena madera”, como decíamos en la Misiones de mi infancia. Me gusta la gente que no se marea fácil, que no se encandila, la gente que presta atención. Tengo debilidad por las personas amables. Me gusta la gente seria, casi antipática que, sin embargo, está cuando tiene que estar. Me cansan las risotadas altas de quiénes nunca se comprometen, la simpatía extrema de los traicioneros. Me cansa, especialmente, la gente que sólo dice lo que el otro quiere escuchar. Entiendo la sinceridad como la mayor expresión de respeto posible entre dos personas. Mi mentor periodístico me dijo una vez, en esa oficina sin aire acondicionado que supimos compartir, que la calidad de una persona se mide, no por como trata a sus superiores, sino por como trata a los subalternos. Ese concepto no se me olvidó más. Menciono esto porque a veces, especialmente en trabajos administrativos, nos vemos tentados a creer que la falsa diplomacia y la política barata son importantes. Que la espalda de alguien puede utilizarse como escalera laboral, que es posible quedar bien con el cielo y con el infierno y que siempre hay que estar cerca de quienes brillan con más fuerza, de quienes sobresalen. Concentrarse en los que están arriba y olvidarse de los que están abajo. Tal vez no me crean, pero las palabras de mi amigo periodista aun resuenan en mi mente. Y pienso en la gente sin estridencias que hace posible que la máquina infernal de una televisión funcione. Felipe tiene una computadora de edición que se traba más de cuatro veces al día. Para que un programa salga al aire, a menudo él le roba el auto al padre y se viene de madrugada a chequear que el archivo esté bajando en Internet. Trabajamos juntos hace cuatro años. Nunca habló mal de un compañero, nunca me elogió, nunca se dejó engañar por el carácter seductor de un oportunista. Mi jefe no termina de entender como ese desparpajo de 24 años, que en pleno siglo XXI usa vaqueros nevados, es mi mano derecha. Estamos en diciembre. Los directores, presidentes y demás administrativos recibirán infinidad de tarjetas que no leerán, pero que revelan un estatus elevado. Felipe no está en ninguna lista y si recibe una tarjeta, será de su familia o de algún amigo. Pero él representa a esa gente silenciosa a la que me gusta mirar. Buena gente, de buena madera. Gente que no brilla, pero que es esencial para que el mundo funcione, y para que funcione bien. En un mes de fiestas, con tanto brillo, tantas luces, tantos regalos, guardo conmigo la sabia observación de mi viejo amigo periodista. Y elijo, nuevamente, rodearme de buena gente. Insisto. Me gusta la gente silenciosa. La gente que no hace ruido, la que apenas se percibe...

jueves, 6 de mayo de 2010

una carta que te escribí en papel...

martes 4 de mayo, 2010 Estoy en el Ministerio de Trabajo de Jacarei, Amy Lee, y mientras espero que “o David” (influencia del portugués) de RRHH busque un papel que se olvido, estoy sentada en una sala oscura, gris y vacía, porque la mayoría de los empleados están en huelga. Por algún motivo quisiera que estuvieras acá, conmigo, solo para hacerme compañía (no tengo muchas energías emocionales para hablar o escuchar), pero siento una profunda necesidad de tener gente querida cerca. Mi hermano con su termo de mate, o mi vieja en el celular... Ni por un segundo surge en mi la duda de que Dios esta al control y que, literalmente, el ya tiene la solución (aunque aun no me la haya revelado), sin embargo la soledad pesa, el desempleo pesa, las despedidas pesan, algo dentro de mi fue desgarrado y no puedo negarle a mi cuerpo, a mi mente y a mis emociones el duelo natural por ese desgarro. Mi constante oración es "Padre no me dejes". Lo curioso es que yo se que el jamás abandona a sus hijos, pero mi corazón necesita hacer esa oración constantemente, casi como un desahogo. Ya le pedí a Dios que acepte esa oración, que no es una expresión de falta de fe, sino el desahogo del abandono. Dios ha sido, de manera silenciosa, mi caballero de brillante armadura. El sabe que no es tiempo de decir o escuchar, el sabe que es tiempo de curar el desgarro. Y con una discreción y una fidelidad que me conmueven, el me sostiene todos los días, pero en silencio, sin darme ordenes o direcciones, como cuando éramos chicos y después de lastimarnos corríamos al regazo de alguien solo para llorar y ser consolados. Pero hoy, aquí, homologando mi despido, sin recibir un solo "gracias", me hubiera gustado que estuvieras conmigo. No para hablar, solo para estar juntas. Me estoy recuperando Amy, así como el apóstol Pablo cuando fue apedreado y dado por muerto, me estoy recuperando… pero ni por un segundo especulo con la posibilidad de abandonar el campo de batalla. Nací para pelear en el frente. Dios sabe que soy su general. Puedo sucumbir a Saúl, a Goliat y a Betsabe, pero me levanto y vuelvo a la batalla. Te extraño, Silvina.

miércoles, 5 de mayo de 2010

La fiesta que nunca tuve.

Tenía quince años cuando mis padres se separaron। Recuerdo el día que llegue del colegio interno y las cosas de papá ya no estaban en casa। No me sorprendió, el corazón de mi viejo había salido de casa mucho antes que su ropa. Recuerdo también la noche en que percibí que el mundo que conocía se había ido para siempre. Hasta la semana anterior el gran drama de mi vida era no gustarle al chico que se sentaba detrás de mí en el aula. Recuerdo el exacto momento en que noté lo irrisorio de ese pequeño drama que ya no tenía cabida en mi vida. Había que reconstruir la familia de cero, los problemas del corazón tendrían que esperar. Así es como vamos perdiendo la inocencia.
Recuerdo el desconcierto. No hubo muchas lágrimas, había que reaccionar rápido, ajustar la vida financiera, no perder materias en el colegio, velar por las necesidades de mi hermano menor, acompañar a mi vieja. Ese año no lloré mucho, pero recuerdo esa sensación de estar caminando sobre un suelo que podía abrirse en cualquier momento y tragarme. Recuerdo, sobre todas las cosas, a mi madre cada vez más delgada, el rostro angustiado, los ojos tristes, la culpa por no haberles dado a sus hijos una familia mejor. Las personas tímidas aprendemos a observar, tal vez porque ese es el único modo de interactuar con el mundo. De esos años guardo algunas imágenes, conversábamos mucho con mi mamá, pero lo que guardo son imágenes: mi vieja, quebrada por dentro, caminando las quince cuadras que separaban nuestra casa del colegio secundario donde ella enseñaba Lengua y Literatura. Mamá se concentró en educar a sus dos hijos adolescentes y en pagar colegios privados. Para ella la educación era la única herencia posible y necesaria, y no se negociaba. Algunas mujeres se ponen siliconas, otra salen en busca de un nuevo amor, otras se sientan a hablar pestes de su ex. No mi vieja, no había tiempo. Mamá nos cargó a mi hermano y a mí en los hombros y nos sacó adelante. Mi vieja tiene espaldas fuertes. Mi vieja se esforzó para que no perdiéramos nuestra adolescencia. Viajamos con el coro, fuimos a la playa en el viaje de graduación, tuvimos zapatillas nuevas cada vez que comenzaron las clases. Yo sabía que cuando mi vieja me mandaba un billete de 10 pesos “para que salgas a tomar algo con tus amigos”, ella había dejado de comprar el café malta y pasado a desayunar mate cocido hasta el próximo sueldo. Esa nobleza te cala en el alma. No tuve coraje de convertirme en una mujer superficial. Mi vieja no lo sabe, pero los fines de semana que pasaba en casa, muy temprano, cuando ella creía que estábamos durmiendo, yo la escuchaba llorar en la cocina, hablando con Dios con la misma naturalidad con la que hablaba con nosotros. Supongo que las espaldas de mamá eran fuertes porque dejaba que Dios la abrazara todos los días. Cuando yo bajaba para desayunar veía el mate ya lavado y la Biblia quietita en un rincón de la mesada, y sabía que Dios y mi mamá habían estado mateando juntos esa mañana. Dios para mí es tan real como el vecino de enfrente. Cómo no serlo, si durante todos esos años difíciles, Él vivió en nuestra cocina. No tuve fiesta de quince, yo había elegido un burgués viaje a Disney. Imaginarán que en el caos de la separación el viaje nunca se realizó. Seis años más tarde mamá recibió de mi padre el dinero necesario para arreglar el techo de casa. Mi vieja me miró con ojos pícaros y me dijo “Ni loca. Este dinero es para que viajes a Israel, para que visites los lugares donde Jesús estuvo, todavía te debemos el viaje de quince”. Aún la veo en el aeropuerto despidiéndome, los ojos brillantes, felices, ilusionados, creo que solo la volveré a ver tan feliz el día de mi boda. No necesito aclarar que ese viaje fue uno de los momentos marcantes de mi vida espiritual. Mi vieja tenía una lucidez espiritual que desafiaba la lógica y el sentido común. Gracias a Dios por esa lucidez. Todas esas imágenes construyeron la persona que soy. Pero la vida cambia, mamá tuvo un desgaste emocional del que nunca se recuperó, Giovani y yo crecimos y nos volvimos más egoístas. Nos bajamos de las espaldas de mi vieja y empezamos a caminar solos. Cuando me convertí en adulta, junto con la independencia financiera llegaron las discusiones con mi vieja, nos distanciamos, nos volvimos más formales. La última vez que la vi fue hace más de un año, cuando la visité en Alemania. Discutimos, cómo no. Hay un período en el que dejamos de convivir cotidianamente con nuestros padres y nos volvemos extraños. Yo tengo amigos que a ella no le caen bien y ella me elije pretendientes que a mí no me gustan. Para evitar discusiones hablamos de trivialidades o de viejos conocidos en común. La vida nos llevó por caminos diferentes. Y a pesar de los dos años sin vernos, mi estadía en Alemania tuvo sus momentos ríspidos. Hasta ese jueves en que fuimos a Nüremberg y ella me llevó al mayor archivo sobre nazismo que existe, heredé de ella mi amor por la historia. Yo estaba irritada y de mal humor, con ese mal humor típico que sólo nos permitimos cuando estamos con alguien que nos ama incondicionalmente. Caminé por el museo, aprendí muchísimo, saqué conclusiones y disfruté de esa magistral clase de historia. Hasta que pasé por un corredor con un enorme ventanal que daba al café. Y la vi. El mismo cabello rojo, el mismo rostro, los hombros un poco caídos. Habían pasado mas de diez años pero yo le vi la misma mirada, esa mirada triste que tenía cuando no se permitía llorar porque tenía que caminar las quince cuadras hasta el colegio para dar clases y pagarle la universidad a esa hija intelectual que había parido un 20 de abril. La vi así, sentadita, con la misma mirada de una nena perdida, sin pedirse un café siquiera para ahorrarse esos euros y regalármelos antes de volverme a Brasil. Ahí estaba ella, entreteniéndolo a Werner, su marido, para que no se impacientara y yo tuviera más tiempo de pasear por el museo. Era ella la que tenía que estar mirando las fotos y escuchando las explicaciones, era ella la que amaba la historia de la Segunda Guerra, la que me había enseñado de chica a ser intolerante con cualquier tipo de racismo, a admirar al pueblo judío porque según ella “Dios los ama un poquito mas que al resto”. Yo sabía cuánto ella habría disfrutado de ese museo, pero se había quedado afuera para pagarme la entrada a mí, para dejarme disfrutar sola y en mi tiempo un paseo con el que ella había soñado toda la vida. Ella levantó la cabeza y me vio, sus ojos tristes, aún así sonrió, ella estaba feliz con mi felicidad, así de simple. Sentí una punzada en el corazón. Y me sentí una infeliz. Mamá no lo sabe, pero el resto del trayecto lo hice llorando, de hecho, me fui antes de terminarlo y la busqué y caminamos juntas y yo me esforcé por contarle todo lo que había aprendido. Mi vieja sigue teniendo espaldas fuertes. Me hubiera gustado heredar el cabello rojo de mamá, pero heredé su fuerza. Y cuando mis espaldas no son tan fuertes, una llamada telefónica y ella consigue ponerme de nuevo en pie. Este domingo es el día de la madre en prácticamente todo el mundo, menos en Argentina, lo celebramos en octubre. Ustedes sabrán entender mi urgencia. Yo me permito homenajearla un par de meses antes. Feliz día, má। En todos estos años, más que escucharte, ha sido un placer mirarte.-

viernes, 9 de abril de 2010

Cuando Dios habla.

Habrán notado cierta predilección por escribir sobre seres extraordinariamente comunes. No es difícil de entender, esas son las personas que me gusta mirar. Y es algo que aprendí de Dios. Dios tiene un interés absurdo por las personas comunes. Por eso me asombra la descripción que el Apocalipsis hace del Cielo. Tanto oro, tantas joyas, tantas mansiones, si yo tengo la impresión de que Dios se siente más cómodo debajo de un árbol hablando con el jardinero. No me imagino a Dios entre tanto brillo, si cuando vino a salvar al mundo, pasó treinta años escondido en una polvorienta carpintería de pueblo chico. Especialmente me gusta mirar a la gente común, porque es ahí donde descubro los rasgos más bellos del carácter de Dios, de ese Dios que se ha acercado a mí, como un amante tímido, a través de personas anónimas, ignoradas, impensadas. Siempre me ha hablado a través del silbo apacible. La última vez fue hace algunos días. Las situaciones de estrés se vuelven más difíciles de gerenciar cuando estamos lejos de nuestro natural grupo de contención. Eso me sucede aquí en Brasil, donde la nostalgia, generalmente, le añade una que otra gota amarga al trajín del día a día. Y ahí estaba mi hermano, del otro lado del teléfono, escuchando mi listado de estrés laboral, de luchas espirituales, de desafíos, de solitario desierto, y cuando menos lo esperaba, certero como solo él consigue ser, me dijo: “tal vez estés pasando por el desierto para que en algunos años saques a Israel de Egipto”. Pavada de metáfora. Sin embargo, ahí estaba la sutil voz de Dios recordándome que cuando elegimos trabajar para Él, hay que pasar por la escuela del desierto. La preparación es ardua, Dios tiene la disciplina de un entrenador olímpico. Pero así es como Dios habla la mayoría de las veces. Simple. Claro como el agua. Sin vueltas teológicas. Objetivo y al punto. Y después de esa respuesta de mi hermano menor, no tuve argumentos para seguir quejándome en el teléfono. Si lo ven a mi hermano con su caminar tranquilo en la rambla montevideana, el infaltable termo de mate en la mano y una barba de varios días, difícilmente imaginen que es la persona que Dios elige para hablarme, alto y claro, cuando estoy demasiado cansada para escucharlo. Mi hermano no es una persona institucional, pero sabe cómo hacer que la Biblia tenga sentido en su día a día. La aplica de manera práctica a cuestiones prácticas. Él no aparenta, él es. Así que en esta tierra extraña, con cierto aire tropical y un idioma nasal que se me retoba más de una vez, elijo, nuevamente, caminar cerca de la gente común. Descubrir al Dios de sandalias de cuero, túnica gastada y manos llenas de astillas que miraba a quien no era visto por nadie más. Sigo los pasos del maestro. Quiero conocer al Dios que me habla a través de quienes, aparentemente, no tienen nada para ofrecer. No quiero una religión que encandile, quiero una religión que nutra. Elijo seguir al Dios de mi hermano menor, ese Dios que tiene una respuesta simple para curar heridas complejas. Sé que en el Cielo nos esperan calles de oro y un mar de cristal. Pero ustedes sabrán disculpar. Yo nací en Misiones. Espero que Dios ya haya plantado un árbol de paraíso o un lapacho, para sentarnos a conversar en esas tardes sin final que el Cielo promete. Esta columna seguirá siendo una columna sobre seres anónimos y sin brillo. Porque ésta, seguirá siendo una columna sobre el Dios que se hizo carpintero para poder mirar al hombre común, a los ojos.-