viernes, 28 de mayo de 2010

Feliz sábado Hugo!

Hugo fue mi mentor periodístico, y aunque este texto no coincidía con la ideología de la publicación en la cual colaboraba, lo publicó igual, sin ninguna alteración. Lo que hace de Huguito un gran editor, además de un gran ser humano. El chico del piercing (2008) Eran las once de la noche y yo estaba en un colectivo urbano atravesando Campinas, una de las ciudades con mayor tasa de criminalidad en Sudamérica. Al lado se me sentó un chico pelilargo, lleno de anillos, con más de un piercing en la nariz y mirada perdida. Miré por la ventanilla y me pregunté qué estaba haciendo yo a esa hora, en ése colectivo y en semejante ciudad. De repente el chico abrió una enorme Biblia, se la puso en el regazo y comenzó a leerla en silencio. Con total naturalidad. Yo sonreí. Y recordé mi pequeña Biblia de bolsillo. Reconozco que llevo mi Biblia de bolsillo a todos lados, siempre está ahí, en el fondo de mi enorme bolso de mano. Pero la verdad es que no la leo en público. Me da pudor. Tengo miedo de pasar por evangélica fanática. Así que me llevo siempre, también en la enorme cartera, uno o dos libros que me acompañan indistintamente en viajes, filas de banco y esperas en consultorios. Pero nunca abro la Biblia de bolsillo. Yo no salgo de casa sin un libro en la cartera. Me desespera tener tiempo libre y nada para leer. Algunos de los libros que cargo son religiosos, otros son clásicos de la literatura, otros, libros prestados que deben ser leídos rápidamente para volver a su dueño. Como sea, los libros cambian, van y vienen, pero la Biblia de bolsillo está siempre ahí, en la enorme cartera. El tema es que la pobre nunca ve el sol. Por qué cuesta tanto hacer públicas algunas inocentes práctica cotidianas? Nos da vergüenza expresar afecto en público, nos da vergüenza que nos vean con la remera que usamos para cortar el pasto, nos da vergüenza orar en un restaurante, nos da vergüenza que nos vean leyendo una Biblia. Justamente por eso lo que me impactó del chico del piercing fue la naturalidad con la que abrió la Biblia y comenzó a leerla. Yo tengo casi 30 años de vida religiosa y no tengo esa naturalidad para abrir la Biblia en público. Naturalidad. Tal vez eso sea lo que define quienes somos. No el cabello, la corbata, la cara lavada, la ausencia de metales y joyas en nuestro cuerpo, sino la naturalidad con la que expresamos nuestro mundo privado, como por ejemplo, usar los 40 minutos de trayecto en un colectivo para leer la Biblia. Pero no crean que esta experiencia cambió mis hábitos de lectura. Ahora estoy leyendo un libro sobre psicología, mi Biblia continúa guardada en el fondo de la cartera. Lo que sí ha cambiado desde esa noche, es que si algún día mi hijo quiere ponerse un piercing, no voy a horrorizarme. Aprendí en la peligrosa Campinas que la calidad humana pasa por otro lado.-

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