viernes, 21 de mayo de 2010

Así me siento…

Sobre la confianza (noviembre, 2008) Se llama “The Horse Whisperer”, es una película de Robert Redford estrenada en 1998 y pasó por la taquilla sin pena ni gloria. Ha sido traducida al español como “El señor de los caballos” o, en un título más fiel al original, “El hombre que susurraba a los caballos”. Anoche la alquilé. Pensaba mirar una película leve, apenas un drama familiar tamizado por una historia de amor y cuando me di cuenta, estaba llorando como una nena de cinco años. Y supe exactamente por qué. Lo que le da sentido a la película es la relación entre el “susurrador de caballos” y ese animal pura sangre, traumatizado por un terrible accidente. Hay tanta comprensión, tanto respeto cuando el protagonista mira por primera vez a ese caballo convertido en un animales agresivo. Y lo mira, y el caballo esta sucio y lastimado y temblando y con profundas cicatrices. En un momento la voz de la protagonista explica esta relación conturbada: “Los caballos primero conocieron al hombre como una presa conoce a su cazador… el hombre los cazaba para comerlos, así, la alianza con el hombre sería para siempre frágil, pues el miedo inflingido por éste era demasiado profundo para desaparecer… algunos hombres han entendido esto, ellos pueden ver a través del alma de la criatura y sanar las heridas que han encontrado… los secretos susurrados suavemente en oídos perturbados. Estos hombres son conocidos como los “susurradores”. Y esta descripción me hizo pensar en Dios y en la manera en la que él nos trata cuando hemos perdido la fe. La manera en que el protagonista lidia con ese animal furioso y lastimado fue una ilustración certera de la manera en que Dios lidia con nosotros cuando la furia esconde desconfianza y miedo. En una de las escenas que mas me conmueve, suena un celular, el caballo enloquece y la orden es clara: “no peleen con él, si empezamos a jalar nunca lo sacaremos del agua” y cuando el caballo se suelta, nuevamente la orden: “déjenlo ir”. La planicie es vasta y a lo lejos se ve al caballo, lastimado y aún con miedo. El hombre se agacha y permanece de cuclillas mirando al caballo, de lejos. Respeta su tiempo. Respeta su brío y su independencia. Simplemente espera. Y cuando comienza a oscurecer, el caballo lentamente se acerca y se deja guiar al establo. El mensaje del “susurrador” es claro: “yo tengo el control, pero sólo después de que confíes en mí”. Es fantástico ver como a lo largo de la película el caballo va recuperando su confianza en el hombre, hasta que se vuelve capaz, nuevamente, de cargar a la pequeña jinete. Y después de enlazarlo, el caballo sigue al hombre con extrema docilidad. Esa película fue providencial porque me recordó que Dios no esta interesado en mi obediencia, él es bastante más ambiciosos: él quiere mi confianza. Y si bien lo segundo incluye lo primero, no son sinónimos. El pecado nos dejó lastimados y asustados y colocó una duda miserable dentro del alma humana: “y si Dios no es confiable?”. Y Dios, como un susurrador de caballos, se acercó y permaneció inmóvil, quieto, sereno, nos atrajo con cuerdas de amor, nos miró a los ojos y esperó a que estuviésemos listos para acercarnos a él y dejarnos guiar. Somos criaturas lastimadas y Dios, como un encantador que susurra a nuestro oído, soportará nuestro tiempo y nuestro miedo y estará esperando, impasible, hasta que estemos en condiciones de entregarle las riendas. Todo lo que él desea es conquistar nuestra frágil confianza. Él estará ahí y en el momento indicado volveremos a cabalgar por praderas verdes, leves y sueltos, con la serena convicción de que el miedo no regresará más. Si Dios parece distante, no te asustes, él simplemente está respetando tus tiempos y esperando en silencio que le entregues las riendas. Que confíes en él.-

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