jueves, 6 de mayo de 2010

una carta que te escribí en papel...

martes 4 de mayo, 2010 Estoy en el Ministerio de Trabajo de Jacarei, Amy Lee, y mientras espero que “o David” (influencia del portugués) de RRHH busque un papel que se olvido, estoy sentada en una sala oscura, gris y vacía, porque la mayoría de los empleados están en huelga. Por algún motivo quisiera que estuvieras acá, conmigo, solo para hacerme compañía (no tengo muchas energías emocionales para hablar o escuchar), pero siento una profunda necesidad de tener gente querida cerca. Mi hermano con su termo de mate, o mi vieja en el celular... Ni por un segundo surge en mi la duda de que Dios esta al control y que, literalmente, el ya tiene la solución (aunque aun no me la haya revelado), sin embargo la soledad pesa, el desempleo pesa, las despedidas pesan, algo dentro de mi fue desgarrado y no puedo negarle a mi cuerpo, a mi mente y a mis emociones el duelo natural por ese desgarro. Mi constante oración es "Padre no me dejes". Lo curioso es que yo se que el jamás abandona a sus hijos, pero mi corazón necesita hacer esa oración constantemente, casi como un desahogo. Ya le pedí a Dios que acepte esa oración, que no es una expresión de falta de fe, sino el desahogo del abandono. Dios ha sido, de manera silenciosa, mi caballero de brillante armadura. El sabe que no es tiempo de decir o escuchar, el sabe que es tiempo de curar el desgarro. Y con una discreción y una fidelidad que me conmueven, el me sostiene todos los días, pero en silencio, sin darme ordenes o direcciones, como cuando éramos chicos y después de lastimarnos corríamos al regazo de alguien solo para llorar y ser consolados. Pero hoy, aquí, homologando mi despido, sin recibir un solo "gracias", me hubiera gustado que estuvieras conmigo. No para hablar, solo para estar juntas. Me estoy recuperando Amy, así como el apóstol Pablo cuando fue apedreado y dado por muerto, me estoy recuperando… pero ni por un segundo especulo con la posibilidad de abandonar el campo de batalla. Nací para pelear en el frente. Dios sabe que soy su general. Puedo sucumbir a Saúl, a Goliat y a Betsabe, pero me levanto y vuelvo a la batalla. Te extraño, Silvina.

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