viernes, 21 de mayo de 2010

Cosas que amamos sin motivo aparente…

“La Mía es comuncita nomás, así, grisecita, común. Ni siquiera angora o especial?????... todo bien. Gracias por la foto, mil abrazos, te amooooooo”. (email de mi mamá, después de ver la foto de Mía)
Sí, es comuncita. Y jamás hubiese aceptado un gato en casa si no fuera por la voz suplicante de Glauce en el teléfono. Dije que sí. Y me vi envuelta en un mundo de piedras higiénicas, comida para gatos bebés, vacunas de 80 reales. Glauce quería llamarla Bonita, pero cuando la trajeron, después de que fuera abandonada en la casa de unos amigos, flaca, con tres meses, la miramos bien y dijimos casi al unísono “no, no dá ponerle Bonita”. Le quedó Mía. Nombre de nena cheta de Palermo, pensé... Nunca me gustaron los gatos. Me parecieron siempre la síntesis del egoísmo. Me gustan los perros, me identifico con las características de los perros, siempre las consideré tan superiores, moralmente, a las características gatunas. Pero llegó Mía, y con vergüenza tuve que confesarles a mis amigos de toda la vida que tenía un gato viviendo en el departamento. Y a mi mejor amiga, sí, a ella, que cuando me quedaba a dormir en el sofá de su casa le pateaba el gato que se me instalaba en los pies, a esa amiga… le dejé un mensaje en el contestador, porque no me animé a decírselo por teléfono. Nunca escupas para arriba, decía mi mamá. El tema es que Mía se instaló en la casa, así, chiquita y feíta y cuando me di cuenta se me había instalado en el corazón. No me van a creer, pero la considero la gata más linda que vi en mi vida. Dicen que la belleza está en los ojos de quien mira. Es probable. Como también es probable que yo vea en Mía cosas que otros no pueden ver, hay un conjunto de significado, de belleza oculta en esa gata que ya no sabe que más destrozar en mi departamento. Resumido magistralmente por Saint-Exupéry ‘Foi o tempo que perdeste com a tua rosa que a fez tão importante’.-

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