miércoles, 12 de mayo de 2010

Para Marcelo y Simone, para que nunca olviden que quedan 7000 cuyas rodillas no se doblaron ante Baal.

Ésa mirada... Nidia tiene cáncer. Rodrigo es adolescente y ganó una beca en Alemania. Jaime e Ivone tienen seis hijos. María Teresa pasó quince años buscando una iglesia que guardara el sábado. Todas esas personas, tan diferentes entre sí, están guardadas en mi corazón, celosamente cobijadas contra el olvido. Ellas no me conocen, no saben quien soy, y ya han pasado más de tres años desde la primera vez que las vi. Corría el 2006 y mi único deseo era que el año terminara y llegaran las vacaciones. Pequeños infiernos personales y laborales se cernían sobre mí y no parecían tener planes de desaparecer. Y yo, acostumbrada a pelear y pelear y nunca abandonar la batalla, llegué al límite. Simplemente entendí que mis días en ese trabajo habían terminado. Fin del viaje. Había que buscar nuevos horizontes. Cuando se nos casa el cuerpo, tenemos esperanza, pero cuando se nos desgasta el espíritu, a dónde vamos? Y yo decidí que era hora de volver a casa. Pasaron apenas minutos de esa decisión y recibí el mail del gerente de televisión de Chile, “…y? viste el dvd que te mandamos con historias de Chile?”. Claro que no lo había visto, estaba en la lista de pendientes, no en la lista de urgentes. Y por una cuestión de educación, decidí mirar el dvd para poder responder el mail. Y la vi. Ésa mirada. Es brillante. Es dulce. Es pacífica. Es profunda. Ése brillo, el brillo de quien ha pasado mucho tiempo en el oscuro y de repente, ha visto a Dios. Ésa mirada no se me olvida más. La mirada de quien ha visto a Dios a los ojos y ha elegido quedarse con Él. Ese día conocí a Nidia, a Rodrigo, a los hijos de Jaime e Ivone. Me marcó especialmente la mirada de María Teresa. Quince años esperando por una iglesia que guardara el sábado, es mucho tiempo. Y se me heló la sangre, porque quince años antes, yo ni siquiera había decidido estudiar periodismo. Y María Teresa tenía esa mirada bella de quien, después de una búsqueda intensa, ha encontrado al amor de su vida. Y después de ver ésa mirada recordé por qué estaba trabajando tan lejos de casa, porqué valía la pena enfrentar las tormentas, el desierto, la soledad. Recuperé la perspectiva y elegí quedarme. Guardo esa mirada conmigo y esa mirada es todo lo que necesito para que mi trabajo tenga sentido, para que el pago a fin de mes me parezca justo a pesar de los impuestos y las cuentas de teléfono y los pasajes de avión. Yo trabajo para que la gente se encuentre con Dios. No trabajo en función de números, de bautismos, de instituciones. Trabajo para ver ésa mirada en gente que no conozco. A veces lo olvido y el camino se hace insoportable y entonces vuelvo al gastado dvd que guardo en la primera gaveta de mi escritorio y veo esos ojos emocionados, sencillos, tan llenos de un sereno amor por Dios. Quiero que la gente vea a Dios y que lo ame y que elija quedarse cerca de Él y el resto… el resto vendrá por añadidura. Comparto esto con ustedes porque el sábado hubo un bautismo en la pequeña iglesia central de la ciudad donde vivo y Lucas, el padre de familia que estaba por bautizarse a los 47 años, tenía esa mirada. Y me emocionó profundamente. Y recordé las certeras palabras de Glauce, mi hermana postiza en Brasil, “bom olhar nos olhos de quem olhou para Deus”. Y si… es maravilloso mirar a los ojos de quien ha encontrado a Dios.-

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