viernes, 28 de mayo de 2010

Feliz sábado Hugo!

Hugo fue mi mentor periodístico, y aunque este texto no coincidía con la ideología de la publicación en la cual colaboraba, lo publicó igual, sin ninguna alteración. Lo que hace de Huguito un gran editor, además de un gran ser humano. El chico del piercing (2008) Eran las once de la noche y yo estaba en un colectivo urbano atravesando Campinas, una de las ciudades con mayor tasa de criminalidad en Sudamérica. Al lado se me sentó un chico pelilargo, lleno de anillos, con más de un piercing en la nariz y mirada perdida. Miré por la ventanilla y me pregunté qué estaba haciendo yo a esa hora, en ése colectivo y en semejante ciudad. De repente el chico abrió una enorme Biblia, se la puso en el regazo y comenzó a leerla en silencio. Con total naturalidad. Yo sonreí. Y recordé mi pequeña Biblia de bolsillo. Reconozco que llevo mi Biblia de bolsillo a todos lados, siempre está ahí, en el fondo de mi enorme bolso de mano. Pero la verdad es que no la leo en público. Me da pudor. Tengo miedo de pasar por evangélica fanática. Así que me llevo siempre, también en la enorme cartera, uno o dos libros que me acompañan indistintamente en viajes, filas de banco y esperas en consultorios. Pero nunca abro la Biblia de bolsillo. Yo no salgo de casa sin un libro en la cartera. Me desespera tener tiempo libre y nada para leer. Algunos de los libros que cargo son religiosos, otros son clásicos de la literatura, otros, libros prestados que deben ser leídos rápidamente para volver a su dueño. Como sea, los libros cambian, van y vienen, pero la Biblia de bolsillo está siempre ahí, en la enorme cartera. El tema es que la pobre nunca ve el sol. Por qué cuesta tanto hacer públicas algunas inocentes práctica cotidianas? Nos da vergüenza expresar afecto en público, nos da vergüenza que nos vean con la remera que usamos para cortar el pasto, nos da vergüenza orar en un restaurante, nos da vergüenza que nos vean leyendo una Biblia. Justamente por eso lo que me impactó del chico del piercing fue la naturalidad con la que abrió la Biblia y comenzó a leerla. Yo tengo casi 30 años de vida religiosa y no tengo esa naturalidad para abrir la Biblia en público. Naturalidad. Tal vez eso sea lo que define quienes somos. No el cabello, la corbata, la cara lavada, la ausencia de metales y joyas en nuestro cuerpo, sino la naturalidad con la que expresamos nuestro mundo privado, como por ejemplo, usar los 40 minutos de trayecto en un colectivo para leer la Biblia. Pero no crean que esta experiencia cambió mis hábitos de lectura. Ahora estoy leyendo un libro sobre psicología, mi Biblia continúa guardada en el fondo de la cartera. Lo que sí ha cambiado desde esa noche, es que si algún día mi hijo quiere ponerse un piercing, no voy a horrorizarme. Aprendí en la peligrosa Campinas que la calidad humana pasa por otro lado.-

Para comenzar el día…

“Y tú irás hasta el fin, y reposarás, y te levantarás para recibir tu heredad al fin de los días”. Daniel 12:13 viernes 28 de mayo, 2010 12:30, cuando me tomé dos minutos para escuchar el silbido apacible…

miércoles, 26 de mayo de 2010

ya te dije que en quechua no se ama con el corazón y sí con las entrañas???

de Amy, 26 de mayo, 2010Si te quiero o no te quiero, eso no le importa a nadie, nos importa a tí y a mí y al oscuro de una calle....” te acuerdas de José Luís Perales??
Es que de repente me dio un fuerte, como se dice, llamado de la pachamama puede ser, no sé... latinidad o algo parecido y me acordé de tí… no tengo nada interesante para contar... son todas tonteras del trabajo, así que iré al punto:
Te quiero mucho y te extraño. Estás en mis pensamientos y deseo mucho que estés mejor... y que tu subida al Monte Nebo ya te haya regalado la dicha de ver la tierra prometida.
Besos... desde mis entrañas...
pd: ya te dije que en quechua no se ama con el corazón y sí con las entrañas???

Cartonera (2008)

Fue en marzo del 2005. Era la primera vez que volvía al país desde mi mudanza a Brasil. Estaba en Buenos Aires, haciendo papeles en el consulado y visitando amigos. En una de esas salidas, estábamos comprando empanadas, y nos acompañaba Samira, la cachorrita salchicha de Cecilia. En un descuido, Samira hizo pis en el local y desesperados pedimos algo para limpiar el piso, y de paso, limpiar también nuestra pequeña humillación burguesa. Lo único que conseguimos fueron servilletas de papel, así que limpié el piso y salí a la calle a buscar un basurero para tirar el improvisado pañal de Samira. No encontré un basurero, pero vi una enorme bolsa de consorcio negra llena de cartones y sin pensarlo dos veces, tiré las servilletas sucias en la bolsa. Y cuando levanté los ojos, la vi. Estaba vestida con jeans y camiseta y buenas zapatillas, estaba vestida como me vestía yo a su edad, típica clase media de los 90. No tenía más de 19 años. Sólo cuando la vi con cartones en la mano y parada al lado de la enorme bolsa, me cayó la ficha. La chica era una cartonera y yo había usado la bolsa donde estaba juntando los cartones como basureo para la servilleta llena de pis de perro. La chica, bonita, educada, tan parecida a mí, me miró con una dignidad indescriptible. Me morí de la vergüenza. Pero de esa vergüenza que sale del alma. Sentí, claramente, que le estaba faltando el respeto a alguien que estaba trabajando, con responsabilidad y honestidad. Balbuceé, muerta de vergüenza, una disculpa, intentando rescatar la servilleta y la chica me dijo que la dejara ahí, que no había problema. Y siguió trabajando. La chica me miró a los ojos, serena, tranquila y cuando vio mi desesperación por retirar la servilleta se preocupó por aclararme que estaba todo bien, que no me preocupara. Había una dignidad tan natural en esa chica, una aceptación tan sana de su trabajo. No había complejo, ni culpa, ni resentimiento. La piba estaba trabajando, así de simple. Inspirar respeto no es algo que dependa de las circunstancias, es algo que viene de adentro, que sale por los poros, que tiene que ver con la manera en que nos miramos a nosotros mismos. Pocas veces me sentí tan desubicada y tan patética como frente a esa cartonera. Donde yo veía una bolsa de basura había, en realidad, una herramienta de trabajo. Una manera digna y honesta de ganarse el pan. Esa noche entendí que había una nueva Argentina. El país era otro. Durante mucho tiempo estuve encerrada en mi pequeño mundo universitario. Pero la verdad era que el país millonario de principios del siglo XX se había ido para siempre. Esa chica, diez años antes, habría viajado a Miami con su familia. Hoy, recolectaba cartones en Once para venderlos. Y lo hacía con digna naturalidad. Saben que es lo que más admiran los brasileros de nuestra gente, de nuestro país? Ese empuje, esa fuerza para no aflojar, ellos admiran el fútbol argentino porque los jugadores son “raçudos”, o sea, de raza, no aflojan, pueden estar perdiendo humillantemente, pero dejan el alma en la cancha hasta el último segundo. Y los brasileros consideran eso admirable, a pesar de la rivalidad. Cierta ingenuidad desapareció en aquella noche de verano en el barrio de Once. Mi país había cambiado. Había gente que vivía de vender cartones, que es una manera “raçuda” de hacerle frente a la pobreza. Yo aún recuerdo impresionada, casi con reverencia, la dignidad de la chica que no se ofendió cuando confundí su trabajo con un basurero cualquiera. No voy a olvidar nunca esa dignidad, no quiero olvidarla. Porque aunque parezca difícil de creer, ese día, junto con la compresión tardía de que mi país había cambiado para siempre, también sentí, por primera vez, un sano orgullo por lo que podíamos ser. Poco me importa si Buenos Aires es, o fue, la París de Latinoamérica. Yo vi el país que quiero, el país que considero posible. Lo vi en la mirada digna y respetable de la cartonera de Once.-

lunes, 24 de mayo de 2010

Para mis amigos de la facultad, que están del otro lado del Atlántico…

El Verbo (2007) Hace un tiempo, buceando en diversos artículos de Internet encontré esta frase que me cautivó por su simpleza. Werner Herzog, cineasta alemán, escribió: “El turismo es pecado. Viajar a pie es una virtud. Apenas la gente entiende que uno llegó caminando, que está tratando de mezclarse con ella y comprenderla, cambia inmediatamente su comportamiento. A pie, uno no es perseguido, ni impedido de usar los recursos ajenos. Y escucha historias que no le fueron contadas a nadie”. De eso se trata, de caminar a pie. Y Dios lo entendió muy bien. En el paraíso, Dios fue acusado de egoísta y mentiroso. Cómo se reconquista la confianza de criaturas miedosas y confundidas por las patrañas de Satanás? Yo habría buscado una salida más fácil, tal vez más intelectual. O una salida drástica, eficiente, cortar el mal por la raíz. Dios esperó pacientemente. Yo habría gritado a los cuatro vientos cuán injusta era esa acusación después de crear el más bello de los mundos para esas dos ingratas criaturas. Dios esperó pacientemente. Yo habría acelerado los tiempos, habría congelado el infierno, habría buscado el apoyo incondicional de los ángeles. Dios esperó pacientemente. Y Dios espero pacientemente porque estaba interesado en tu persona. El carácter de Dios había sido desafiado, y Dios sabía que aceptar ese duelo y fallar, tenía como precio perderte. Por ese motivo, Dios eligió cuidadosamente cada uno de sus movimientos. Por ese motivo, Dios esperó pacientemente. Perderte, significaba para Dios, el infierno. Sentiste alguna vez que alguien a quien amabas te miraba con miedo? Trabajaste alguna vez, sin descanso, para recibir al final del día una mirada desconfiada? Dios sabía que todos nosotros escaparíamos cada vez que oyéramos su voz en el huerto. Dios nos veía, desnudos y avergonzados, perdidos y huérfanos, incapaces de confiar en Aquel que nos había creado. Y Dios esperó pacientemente. Y cuando el tiempo llegó, el Verbo se hizo carne. Dios sabía que no podías alcanzarlo, así que vino hasta tu tierra. Dios sabía que no podías escucharlo, así que eligió hablar tu idioma. Dios sabía que pasarías la mayor parte de tu vida con frío y con miedo, así que no dudó un segundo en ser un pequeño bebé asustado. Dios eligió caminar a pie. Polvo, sol, cansancio, hambre, soledad, frío. Dios eligió enfrentar la calumnia de la manera más sabia. Dios eligió venir a este mundo y caminar a pie. Dios no fue un turista, ni un hombre de paso. Dios llegó y vivió tu vida, absorbió tus heridas, lloró tus lágrimas, sonrió con tus alegrías. Dios eligió caminar codo a codo con el hombre. Y después de la cruz, el infierno se quedó sin argumentos. Ninguna espina traspasará tu corazón sin haber traspasado primero el corazón de Dios. Ninguna enfermedad azotará tu cuerpo sin que Dios la sienta en la propia piel. Ninguna soledad oscurecerá tu alma sin antes oscurecer al Dios del Universo. Podemos confiar en Él, porque Él caminó con nosotros.-

viernes, 21 de mayo de 2010

Mi dedicatoria favorita…

A LÉON WERTH Peço perdão ás crianças por dedicar este livro a uma pessoa grande. Tenho um bom motivo: essa pessoa grande é o melhor amigo que possuo. Entretanto, tenho um outro motivo: essa pessoa grande é capaz de compreender todas as coisas, até mesmo os livros de crianças. Tenho ainda um terceiro: essa pessoa grande mora na França e ela tem fome e frio. Ela precisa de consolo. Se todos esses motivos não bastam, eu dedico então este livro á criança que essa pessoa grande já foi. Todas as pessoas grandes foram um dia crianças – mas poucas se lembram disso. Corrijo, portanto, a dedicatória: A Leon Werth quando ele era criança. O Pequeno Príncipe, de Antoine de Saint-Exupéry. (Paris, 1911)

Así me siento…

Sobre la confianza (noviembre, 2008) Se llama “The Horse Whisperer”, es una película de Robert Redford estrenada en 1998 y pasó por la taquilla sin pena ni gloria. Ha sido traducida al español como “El señor de los caballos” o, en un título más fiel al original, “El hombre que susurraba a los caballos”. Anoche la alquilé. Pensaba mirar una película leve, apenas un drama familiar tamizado por una historia de amor y cuando me di cuenta, estaba llorando como una nena de cinco años. Y supe exactamente por qué. Lo que le da sentido a la película es la relación entre el “susurrador de caballos” y ese animal pura sangre, traumatizado por un terrible accidente. Hay tanta comprensión, tanto respeto cuando el protagonista mira por primera vez a ese caballo convertido en un animales agresivo. Y lo mira, y el caballo esta sucio y lastimado y temblando y con profundas cicatrices. En un momento la voz de la protagonista explica esta relación conturbada: “Los caballos primero conocieron al hombre como una presa conoce a su cazador… el hombre los cazaba para comerlos, así, la alianza con el hombre sería para siempre frágil, pues el miedo inflingido por éste era demasiado profundo para desaparecer… algunos hombres han entendido esto, ellos pueden ver a través del alma de la criatura y sanar las heridas que han encontrado… los secretos susurrados suavemente en oídos perturbados. Estos hombres son conocidos como los “susurradores”. Y esta descripción me hizo pensar en Dios y en la manera en la que él nos trata cuando hemos perdido la fe. La manera en que el protagonista lidia con ese animal furioso y lastimado fue una ilustración certera de la manera en que Dios lidia con nosotros cuando la furia esconde desconfianza y miedo. En una de las escenas que mas me conmueve, suena un celular, el caballo enloquece y la orden es clara: “no peleen con él, si empezamos a jalar nunca lo sacaremos del agua” y cuando el caballo se suelta, nuevamente la orden: “déjenlo ir”. La planicie es vasta y a lo lejos se ve al caballo, lastimado y aún con miedo. El hombre se agacha y permanece de cuclillas mirando al caballo, de lejos. Respeta su tiempo. Respeta su brío y su independencia. Simplemente espera. Y cuando comienza a oscurecer, el caballo lentamente se acerca y se deja guiar al establo. El mensaje del “susurrador” es claro: “yo tengo el control, pero sólo después de que confíes en mí”. Es fantástico ver como a lo largo de la película el caballo va recuperando su confianza en el hombre, hasta que se vuelve capaz, nuevamente, de cargar a la pequeña jinete. Y después de enlazarlo, el caballo sigue al hombre con extrema docilidad. Esa película fue providencial porque me recordó que Dios no esta interesado en mi obediencia, él es bastante más ambiciosos: él quiere mi confianza. Y si bien lo segundo incluye lo primero, no son sinónimos. El pecado nos dejó lastimados y asustados y colocó una duda miserable dentro del alma humana: “y si Dios no es confiable?”. Y Dios, como un susurrador de caballos, se acercó y permaneció inmóvil, quieto, sereno, nos atrajo con cuerdas de amor, nos miró a los ojos y esperó a que estuviésemos listos para acercarnos a él y dejarnos guiar. Somos criaturas lastimadas y Dios, como un encantador que susurra a nuestro oído, soportará nuestro tiempo y nuestro miedo y estará esperando, impasible, hasta que estemos en condiciones de entregarle las riendas. Todo lo que él desea es conquistar nuestra frágil confianza. Él estará ahí y en el momento indicado volveremos a cabalgar por praderas verdes, leves y sueltos, con la serena convicción de que el miedo no regresará más. Si Dios parece distante, no te asustes, él simplemente está respetando tus tiempos y esperando en silencio que le entregues las riendas. Que confíes en él.-

Cosas que amamos sin motivo aparente…

“La Mía es comuncita nomás, así, grisecita, común. Ni siquiera angora o especial?????... todo bien. Gracias por la foto, mil abrazos, te amooooooo”. (email de mi mamá, después de ver la foto de Mía)
Sí, es comuncita. Y jamás hubiese aceptado un gato en casa si no fuera por la voz suplicante de Glauce en el teléfono. Dije que sí. Y me vi envuelta en un mundo de piedras higiénicas, comida para gatos bebés, vacunas de 80 reales. Glauce quería llamarla Bonita, pero cuando la trajeron, después de que fuera abandonada en la casa de unos amigos, flaca, con tres meses, la miramos bien y dijimos casi al unísono “no, no dá ponerle Bonita”. Le quedó Mía. Nombre de nena cheta de Palermo, pensé... Nunca me gustaron los gatos. Me parecieron siempre la síntesis del egoísmo. Me gustan los perros, me identifico con las características de los perros, siempre las consideré tan superiores, moralmente, a las características gatunas. Pero llegó Mía, y con vergüenza tuve que confesarles a mis amigos de toda la vida que tenía un gato viviendo en el departamento. Y a mi mejor amiga, sí, a ella, que cuando me quedaba a dormir en el sofá de su casa le pateaba el gato que se me instalaba en los pies, a esa amiga… le dejé un mensaje en el contestador, porque no me animé a decírselo por teléfono. Nunca escupas para arriba, decía mi mamá. El tema es que Mía se instaló en la casa, así, chiquita y feíta y cuando me di cuenta se me había instalado en el corazón. No me van a creer, pero la considero la gata más linda que vi en mi vida. Dicen que la belleza está en los ojos de quien mira. Es probable. Como también es probable que yo vea en Mía cosas que otros no pueden ver, hay un conjunto de significado, de belleza oculta en esa gata que ya no sabe que más destrozar en mi departamento. Resumido magistralmente por Saint-Exupéry ‘Foi o tempo que perdeste com a tua rosa que a fez tão importante’.-

¿?

A donde vamos cuando no sabemos cual es nuestra casa? Silvina, mayo de 2010

Lo opuesto a la soledad…

“Yo miro para adentro e intento escribir desde la conexión con lo que siento, mi único compromiso y mi única estrategia es escribir desde mi eje. Si eso sale bien, otros conectan con ese mismo eje a través de la canción, que es una puerta que, por un momento, hace sentir a dos personas una”. Jorge Drexler, músico uruguayo radicado en España (de alguna entrevista que leí en algún lugar, 2010).

lunes, 17 de mayo de 2010

Feliz cumpleaños…

Ella (17 de mayo, 2008) Mi mejor amiga me llamó por teléfono la primera vez que la besaron. También hizo algo fantástico cuando mis padres se separaron: se quedó callada. Si había algo que molestaba en aquella época eran las palabras. No había energía para digerirlas. Cuando conoció al estudiante de medicina le dije, a modo de premonición: “con este te vas a casar”. Ella me miró con incredulidad. Cuando supe que estaban saliendo la llame por teléfono y cuando atendió le puse la marcha nupcial a todo volumen. Se casaron nomás. Uno tiene cierta percepción extra con la gente a la que quiere mucho. Con mi mejor amiga tuvimos que enfrentar una realidad terrible para cualquier tipo de relación: asumir que no podíamos vivir juntas. Nos llevábamos mal. Creo que si hubiésemos seguido viviendo juntas la relación no habría sobrevivido. Nos separamos. Dolió bastante porque ella era mi única familia en el campus universitario. Aún así valió la pena. Seguimos amigas. Y tal vez de viejitas hasta podamos vivir en departamentos vecinos. Ese mismo año me enamoré de un muchacho políticamente incorrecto. Ella fue la única persona que trató ese sentimiento con respeto. Ella siempre supo como lidiar con mi torpeza. Maduró antes que yo y esperó con paciencia a que la alcanzara. En muchos aspectos, todavía me sigue esperando. Yo soy una persona más equilibrada porque ella, en el momento justo, me cantó las cuarenta, sin anestesia. Ella hizo algo que ni siquiera mis padres consiguieron hacer: nunca perdió la fe en mí. La última vez que la visité todavía le dolía el cuerpo después de haber parido a su primogénito. Aun así caminó tres cuadras hasta el supermercado para comprar las tapas hojaldradas que me gustaban, y me hizo empanadas. Me emocionó profundamente sostener a su bebé en brazos por primera vez, porque yo todavía recuerdo, vívidamente, tener cuatro años y correr hasta su casa, con mi mamadera en la mano y el cabello sin peinar, para buscarla y salir a jugar. Ella tiene una característica esencial para ser una gran amiga: cuando esta cerca, tengo la sensación de que está todo bien, de que estoy en casa. Y si no está todo bien, ella compra un chocolate y, seguro, las cosas mejoran después de una charla. Escribo esto porque hace unos días me pidieron que mencionara a una mujer que admiro, y ella fue el primer nombre que me vino a la cabeza. Construyó la vida que quería tener y la construyó con sabiduría, sin lastimar a nadie. Yo todavía no se lo he dicho, pero ella es una de las personas que más admiro en el mundo.- Para Kiki.

viernes, 14 de mayo de 2010

Shabat Shalom, “mas de lo que Israel cuida al Shabat, el Shabat cuida a Israel”

Sobre la dulzura… (agosto, 2008) Esta semana fui sarcástica con Dios. Sucede cuando estoy al límite de mi resistencia emocional y mental. No es fácil mencionar esta pequeña miseria interior, pero aquí estoy, reconociendo que aunque amo a Dios, lo deshonro con facilidad. Agotada y estresada me dispuse a preparar mi pequeña reflexión radial de la semana. Cuando abrí la Biblia para concentrarme en el texto, reconocí palabras que me acompañan desde la infancia. “Así que no temáis; máis valéis vosotros que muchos pajarillos”. Miré el texto y miré esa computadora que marca mi agenda laboral desde hace casi cuatro años y pensé: “Ok, lindas palabras, y ahora que hago Señor? Imprimo una foto de pajaritos y la pego en mi computadora para recordar por qué estoy desgastando mi juventud trabajando en tu iglesia?”. Estaba triste y enojada y cansada. Y Dios respondió como responde siempre, como un perfecto caballero. Dios no se estresa. Dios no actúa bajo presión. Dios no se inhibe. Dios no se asusta. Dios no se tapa la nariz cuando empezamos a oler feo. Dios no se ofende cuando mi agotamiento lo lastima. Él, con la misma cadencia de siempre, me dijo: “Y si te concentrás en el contexto del versículo? Y con cierto desgano leí, íntegramente, el capítulo 10 de San Mateo. Y permanecí en silencio por unos minutos. En ese capítulo Jesús esta diciéndoles a sus discípulos, claramente, cuál seria el precio a pagar por continuar con su obra. Qué costo tendría seguir los pasos del maestro. Es un discurso duro, fuerte. Jesús no ahorra detalles. Jesús habla claro. Jesús no disfraza ninguna de las desventajas de seguirlo. Y de repente, en el medio de ese discurso casi militar, Jesús hace un paréntesis, mira a sus discípulos a los ojos y, viendo todo el dolor que deberían enfrentar, les dice: “Nada de lo que sucede con la mas pequeña de las aves escapa al control de Dios, recuerden eso cuando se sientan solos y abandonados. No tengan miedo, ustedes jamás escaparan a la mirada Dios”. Esos pocos versículos desentonan con el estilo general del capítulo 10. Hay dulzura, hay ternura en las palabras de Jesús. Hay simplicidad. Hay una ilustración casi infantil sobre la preocupación de Dios por nosotros, sobre el control absoluto de un Dios que no duerme, que no se descuida, por un Dios que ha hecho de nosotros el centro de su universo. Así que ahí estaba yo, agotada y sarcástica, recordando que mis tiempos están en las manos de Dios y que esas manos, ya fueron perforadas por amor a mí. La dulzura de Dios. Es la dulzura de Dios, y no su omnipotencia, la que me deja sin palabras. La salvación es un regalo. Pero la vida con Dios tiene un precio. Y si no me creen, pregúntenle a Abraham cuánto le costó el amor de Dios. Pregúntenle a Job qué precio tuvo que pagar para permanecer al lado del Eterno. Pregúntele a Juan el Bautista cuánto perdió por caminar con Dios. Pero Dios sabía que no sería fácil. A veces es el pecado, a veces son las pruebas espirituales, otras veces es nuestra propia estupidez. Cómo sea, El sabía que no sería fácil, y por eso dejó la más simple, la más tierna, la más dulce de todas las ilustraciones. Para que cuando estuviésemos demasiados cansados, su voz llegara hasta nosotros sin tanta complicación. Aprendí algo importante esta semana. Cuando estamos demasiado agotados para que la teología, las profecías, incluso la iglesia, puedan tener sentido para nosotros, cuando no hay más resto, cuando estamos desgatados y la fe no alcanza, la dulzura de Dios consigue mantenernos en pie. Su sencillez. La ternura de sus palabras. La dulzura de Dios nos sostiene cuando nada más da resultado. Y aún hay gente que se pregunta por qué elegí a Dios como el amor de mi vida.-

miércoles, 12 de mayo de 2010

Para Marcelo y Simone, para que nunca olviden que quedan 7000 cuyas rodillas no se doblaron ante Baal.

Ésa mirada... Nidia tiene cáncer. Rodrigo es adolescente y ganó una beca en Alemania. Jaime e Ivone tienen seis hijos. María Teresa pasó quince años buscando una iglesia que guardara el sábado. Todas esas personas, tan diferentes entre sí, están guardadas en mi corazón, celosamente cobijadas contra el olvido. Ellas no me conocen, no saben quien soy, y ya han pasado más de tres años desde la primera vez que las vi. Corría el 2006 y mi único deseo era que el año terminara y llegaran las vacaciones. Pequeños infiernos personales y laborales se cernían sobre mí y no parecían tener planes de desaparecer. Y yo, acostumbrada a pelear y pelear y nunca abandonar la batalla, llegué al límite. Simplemente entendí que mis días en ese trabajo habían terminado. Fin del viaje. Había que buscar nuevos horizontes. Cuando se nos casa el cuerpo, tenemos esperanza, pero cuando se nos desgasta el espíritu, a dónde vamos? Y yo decidí que era hora de volver a casa. Pasaron apenas minutos de esa decisión y recibí el mail del gerente de televisión de Chile, “…y? viste el dvd que te mandamos con historias de Chile?”. Claro que no lo había visto, estaba en la lista de pendientes, no en la lista de urgentes. Y por una cuestión de educación, decidí mirar el dvd para poder responder el mail. Y la vi. Ésa mirada. Es brillante. Es dulce. Es pacífica. Es profunda. Ése brillo, el brillo de quien ha pasado mucho tiempo en el oscuro y de repente, ha visto a Dios. Ésa mirada no se me olvida más. La mirada de quien ha visto a Dios a los ojos y ha elegido quedarse con Él. Ese día conocí a Nidia, a Rodrigo, a los hijos de Jaime e Ivone. Me marcó especialmente la mirada de María Teresa. Quince años esperando por una iglesia que guardara el sábado, es mucho tiempo. Y se me heló la sangre, porque quince años antes, yo ni siquiera había decidido estudiar periodismo. Y María Teresa tenía esa mirada bella de quien, después de una búsqueda intensa, ha encontrado al amor de su vida. Y después de ver ésa mirada recordé por qué estaba trabajando tan lejos de casa, porqué valía la pena enfrentar las tormentas, el desierto, la soledad. Recuperé la perspectiva y elegí quedarme. Guardo esa mirada conmigo y esa mirada es todo lo que necesito para que mi trabajo tenga sentido, para que el pago a fin de mes me parezca justo a pesar de los impuestos y las cuentas de teléfono y los pasajes de avión. Yo trabajo para que la gente se encuentre con Dios. No trabajo en función de números, de bautismos, de instituciones. Trabajo para ver ésa mirada en gente que no conozco. A veces lo olvido y el camino se hace insoportable y entonces vuelvo al gastado dvd que guardo en la primera gaveta de mi escritorio y veo esos ojos emocionados, sencillos, tan llenos de un sereno amor por Dios. Quiero que la gente vea a Dios y que lo ame y que elija quedarse cerca de Él y el resto… el resto vendrá por añadidura. Comparto esto con ustedes porque el sábado hubo un bautismo en la pequeña iglesia central de la ciudad donde vivo y Lucas, el padre de familia que estaba por bautizarse a los 47 años, tenía esa mirada. Y me emocionó profundamente. Y recordé las certeras palabras de Glauce, mi hermana postiza en Brasil, “bom olhar nos olhos de quem olhou para Deus”. Y si… es maravilloso mirar a los ojos de quien ha encontrado a Dios.-

lunes, 10 de mayo de 2010

O que eu aprendi com voces…

Buena gente (diciembre, 2008) Me gusta la gente silenciosa. La gente que no hace ruido, la que apenas se percibe. Me gusta la gente que está hecha “de buena madera”, como decíamos en la Misiones de mi infancia. Me gusta la gente que no se marea fácil, que no se encandila, la gente que presta atención. Tengo debilidad por las personas amables. Me gusta la gente seria, casi antipática que, sin embargo, está cuando tiene que estar. Me cansan las risotadas altas de quiénes nunca se comprometen, la simpatía extrema de los traicioneros. Me cansa, especialmente, la gente que sólo dice lo que el otro quiere escuchar. Entiendo la sinceridad como la mayor expresión de respeto posible entre dos personas. Mi mentor periodístico me dijo una vez, en esa oficina sin aire acondicionado que supimos compartir, que la calidad de una persona se mide, no por como trata a sus superiores, sino por como trata a los subalternos. Ese concepto no se me olvidó más. Menciono esto porque a veces, especialmente en trabajos administrativos, nos vemos tentados a creer que la falsa diplomacia y la política barata son importantes. Que la espalda de alguien puede utilizarse como escalera laboral, que es posible quedar bien con el cielo y con el infierno y que siempre hay que estar cerca de quienes brillan con más fuerza, de quienes sobresalen. Concentrarse en los que están arriba y olvidarse de los que están abajo. Tal vez no me crean, pero las palabras de mi amigo periodista aun resuenan en mi mente. Y pienso en la gente sin estridencias que hace posible que la máquina infernal de una televisión funcione. Felipe tiene una computadora de edición que se traba más de cuatro veces al día. Para que un programa salga al aire, a menudo él le roba el auto al padre y se viene de madrugada a chequear que el archivo esté bajando en Internet. Trabajamos juntos hace cuatro años. Nunca habló mal de un compañero, nunca me elogió, nunca se dejó engañar por el carácter seductor de un oportunista. Mi jefe no termina de entender como ese desparpajo de 24 años, que en pleno siglo XXI usa vaqueros nevados, es mi mano derecha. Estamos en diciembre. Los directores, presidentes y demás administrativos recibirán infinidad de tarjetas que no leerán, pero que revelan un estatus elevado. Felipe no está en ninguna lista y si recibe una tarjeta, será de su familia o de algún amigo. Pero él representa a esa gente silenciosa a la que me gusta mirar. Buena gente, de buena madera. Gente que no brilla, pero que es esencial para que el mundo funcione, y para que funcione bien. En un mes de fiestas, con tanto brillo, tantas luces, tantos regalos, guardo conmigo la sabia observación de mi viejo amigo periodista. Y elijo, nuevamente, rodearme de buena gente. Insisto. Me gusta la gente silenciosa. La gente que no hace ruido, la que apenas se percibe...

jueves, 6 de mayo de 2010

una carta que te escribí en papel...

martes 4 de mayo, 2010 Estoy en el Ministerio de Trabajo de Jacarei, Amy Lee, y mientras espero que “o David” (influencia del portugués) de RRHH busque un papel que se olvido, estoy sentada en una sala oscura, gris y vacía, porque la mayoría de los empleados están en huelga. Por algún motivo quisiera que estuvieras acá, conmigo, solo para hacerme compañía (no tengo muchas energías emocionales para hablar o escuchar), pero siento una profunda necesidad de tener gente querida cerca. Mi hermano con su termo de mate, o mi vieja en el celular... Ni por un segundo surge en mi la duda de que Dios esta al control y que, literalmente, el ya tiene la solución (aunque aun no me la haya revelado), sin embargo la soledad pesa, el desempleo pesa, las despedidas pesan, algo dentro de mi fue desgarrado y no puedo negarle a mi cuerpo, a mi mente y a mis emociones el duelo natural por ese desgarro. Mi constante oración es "Padre no me dejes". Lo curioso es que yo se que el jamás abandona a sus hijos, pero mi corazón necesita hacer esa oración constantemente, casi como un desahogo. Ya le pedí a Dios que acepte esa oración, que no es una expresión de falta de fe, sino el desahogo del abandono. Dios ha sido, de manera silenciosa, mi caballero de brillante armadura. El sabe que no es tiempo de decir o escuchar, el sabe que es tiempo de curar el desgarro. Y con una discreción y una fidelidad que me conmueven, el me sostiene todos los días, pero en silencio, sin darme ordenes o direcciones, como cuando éramos chicos y después de lastimarnos corríamos al regazo de alguien solo para llorar y ser consolados. Pero hoy, aquí, homologando mi despido, sin recibir un solo "gracias", me hubiera gustado que estuvieras conmigo. No para hablar, solo para estar juntas. Me estoy recuperando Amy, así como el apóstol Pablo cuando fue apedreado y dado por muerto, me estoy recuperando… pero ni por un segundo especulo con la posibilidad de abandonar el campo de batalla. Nací para pelear en el frente. Dios sabe que soy su general. Puedo sucumbir a Saúl, a Goliat y a Betsabe, pero me levanto y vuelvo a la batalla. Te extraño, Silvina.

miércoles, 5 de mayo de 2010

La fiesta que nunca tuve.

Tenía quince años cuando mis padres se separaron। Recuerdo el día que llegue del colegio interno y las cosas de papá ya no estaban en casa। No me sorprendió, el corazón de mi viejo había salido de casa mucho antes que su ropa. Recuerdo también la noche en que percibí que el mundo que conocía se había ido para siempre. Hasta la semana anterior el gran drama de mi vida era no gustarle al chico que se sentaba detrás de mí en el aula. Recuerdo el exacto momento en que noté lo irrisorio de ese pequeño drama que ya no tenía cabida en mi vida. Había que reconstruir la familia de cero, los problemas del corazón tendrían que esperar. Así es como vamos perdiendo la inocencia.
Recuerdo el desconcierto. No hubo muchas lágrimas, había que reaccionar rápido, ajustar la vida financiera, no perder materias en el colegio, velar por las necesidades de mi hermano menor, acompañar a mi vieja. Ese año no lloré mucho, pero recuerdo esa sensación de estar caminando sobre un suelo que podía abrirse en cualquier momento y tragarme. Recuerdo, sobre todas las cosas, a mi madre cada vez más delgada, el rostro angustiado, los ojos tristes, la culpa por no haberles dado a sus hijos una familia mejor. Las personas tímidas aprendemos a observar, tal vez porque ese es el único modo de interactuar con el mundo. De esos años guardo algunas imágenes, conversábamos mucho con mi mamá, pero lo que guardo son imágenes: mi vieja, quebrada por dentro, caminando las quince cuadras que separaban nuestra casa del colegio secundario donde ella enseñaba Lengua y Literatura. Mamá se concentró en educar a sus dos hijos adolescentes y en pagar colegios privados. Para ella la educación era la única herencia posible y necesaria, y no se negociaba. Algunas mujeres se ponen siliconas, otra salen en busca de un nuevo amor, otras se sientan a hablar pestes de su ex. No mi vieja, no había tiempo. Mamá nos cargó a mi hermano y a mí en los hombros y nos sacó adelante. Mi vieja tiene espaldas fuertes. Mi vieja se esforzó para que no perdiéramos nuestra adolescencia. Viajamos con el coro, fuimos a la playa en el viaje de graduación, tuvimos zapatillas nuevas cada vez que comenzaron las clases. Yo sabía que cuando mi vieja me mandaba un billete de 10 pesos “para que salgas a tomar algo con tus amigos”, ella había dejado de comprar el café malta y pasado a desayunar mate cocido hasta el próximo sueldo. Esa nobleza te cala en el alma. No tuve coraje de convertirme en una mujer superficial. Mi vieja no lo sabe, pero los fines de semana que pasaba en casa, muy temprano, cuando ella creía que estábamos durmiendo, yo la escuchaba llorar en la cocina, hablando con Dios con la misma naturalidad con la que hablaba con nosotros. Supongo que las espaldas de mamá eran fuertes porque dejaba que Dios la abrazara todos los días. Cuando yo bajaba para desayunar veía el mate ya lavado y la Biblia quietita en un rincón de la mesada, y sabía que Dios y mi mamá habían estado mateando juntos esa mañana. Dios para mí es tan real como el vecino de enfrente. Cómo no serlo, si durante todos esos años difíciles, Él vivió en nuestra cocina. No tuve fiesta de quince, yo había elegido un burgués viaje a Disney. Imaginarán que en el caos de la separación el viaje nunca se realizó. Seis años más tarde mamá recibió de mi padre el dinero necesario para arreglar el techo de casa. Mi vieja me miró con ojos pícaros y me dijo “Ni loca. Este dinero es para que viajes a Israel, para que visites los lugares donde Jesús estuvo, todavía te debemos el viaje de quince”. Aún la veo en el aeropuerto despidiéndome, los ojos brillantes, felices, ilusionados, creo que solo la volveré a ver tan feliz el día de mi boda. No necesito aclarar que ese viaje fue uno de los momentos marcantes de mi vida espiritual. Mi vieja tenía una lucidez espiritual que desafiaba la lógica y el sentido común. Gracias a Dios por esa lucidez. Todas esas imágenes construyeron la persona que soy. Pero la vida cambia, mamá tuvo un desgaste emocional del que nunca se recuperó, Giovani y yo crecimos y nos volvimos más egoístas. Nos bajamos de las espaldas de mi vieja y empezamos a caminar solos. Cuando me convertí en adulta, junto con la independencia financiera llegaron las discusiones con mi vieja, nos distanciamos, nos volvimos más formales. La última vez que la vi fue hace más de un año, cuando la visité en Alemania. Discutimos, cómo no. Hay un período en el que dejamos de convivir cotidianamente con nuestros padres y nos volvemos extraños. Yo tengo amigos que a ella no le caen bien y ella me elije pretendientes que a mí no me gustan. Para evitar discusiones hablamos de trivialidades o de viejos conocidos en común. La vida nos llevó por caminos diferentes. Y a pesar de los dos años sin vernos, mi estadía en Alemania tuvo sus momentos ríspidos. Hasta ese jueves en que fuimos a Nüremberg y ella me llevó al mayor archivo sobre nazismo que existe, heredé de ella mi amor por la historia. Yo estaba irritada y de mal humor, con ese mal humor típico que sólo nos permitimos cuando estamos con alguien que nos ama incondicionalmente. Caminé por el museo, aprendí muchísimo, saqué conclusiones y disfruté de esa magistral clase de historia. Hasta que pasé por un corredor con un enorme ventanal que daba al café. Y la vi. El mismo cabello rojo, el mismo rostro, los hombros un poco caídos. Habían pasado mas de diez años pero yo le vi la misma mirada, esa mirada triste que tenía cuando no se permitía llorar porque tenía que caminar las quince cuadras hasta el colegio para dar clases y pagarle la universidad a esa hija intelectual que había parido un 20 de abril. La vi así, sentadita, con la misma mirada de una nena perdida, sin pedirse un café siquiera para ahorrarse esos euros y regalármelos antes de volverme a Brasil. Ahí estaba ella, entreteniéndolo a Werner, su marido, para que no se impacientara y yo tuviera más tiempo de pasear por el museo. Era ella la que tenía que estar mirando las fotos y escuchando las explicaciones, era ella la que amaba la historia de la Segunda Guerra, la que me había enseñado de chica a ser intolerante con cualquier tipo de racismo, a admirar al pueblo judío porque según ella “Dios los ama un poquito mas que al resto”. Yo sabía cuánto ella habría disfrutado de ese museo, pero se había quedado afuera para pagarme la entrada a mí, para dejarme disfrutar sola y en mi tiempo un paseo con el que ella había soñado toda la vida. Ella levantó la cabeza y me vio, sus ojos tristes, aún así sonrió, ella estaba feliz con mi felicidad, así de simple. Sentí una punzada en el corazón. Y me sentí una infeliz. Mamá no lo sabe, pero el resto del trayecto lo hice llorando, de hecho, me fui antes de terminarlo y la busqué y caminamos juntas y yo me esforcé por contarle todo lo que había aprendido. Mi vieja sigue teniendo espaldas fuertes. Me hubiera gustado heredar el cabello rojo de mamá, pero heredé su fuerza. Y cuando mis espaldas no son tan fuertes, una llamada telefónica y ella consigue ponerme de nuevo en pie. Este domingo es el día de la madre en prácticamente todo el mundo, menos en Argentina, lo celebramos en octubre. Ustedes sabrán entender mi urgencia. Yo me permito homenajearla un par de meses antes. Feliz día, má। En todos estos años, más que escucharte, ha sido un placer mirarte.-