viernes, 14 de mayo de 2010

Shabat Shalom, “mas de lo que Israel cuida al Shabat, el Shabat cuida a Israel”

Sobre la dulzura… (agosto, 2008) Esta semana fui sarcástica con Dios. Sucede cuando estoy al límite de mi resistencia emocional y mental. No es fácil mencionar esta pequeña miseria interior, pero aquí estoy, reconociendo que aunque amo a Dios, lo deshonro con facilidad. Agotada y estresada me dispuse a preparar mi pequeña reflexión radial de la semana. Cuando abrí la Biblia para concentrarme en el texto, reconocí palabras que me acompañan desde la infancia. “Así que no temáis; máis valéis vosotros que muchos pajarillos”. Miré el texto y miré esa computadora que marca mi agenda laboral desde hace casi cuatro años y pensé: “Ok, lindas palabras, y ahora que hago Señor? Imprimo una foto de pajaritos y la pego en mi computadora para recordar por qué estoy desgastando mi juventud trabajando en tu iglesia?”. Estaba triste y enojada y cansada. Y Dios respondió como responde siempre, como un perfecto caballero. Dios no se estresa. Dios no actúa bajo presión. Dios no se inhibe. Dios no se asusta. Dios no se tapa la nariz cuando empezamos a oler feo. Dios no se ofende cuando mi agotamiento lo lastima. Él, con la misma cadencia de siempre, me dijo: “Y si te concentrás en el contexto del versículo? Y con cierto desgano leí, íntegramente, el capítulo 10 de San Mateo. Y permanecí en silencio por unos minutos. En ese capítulo Jesús esta diciéndoles a sus discípulos, claramente, cuál seria el precio a pagar por continuar con su obra. Qué costo tendría seguir los pasos del maestro. Es un discurso duro, fuerte. Jesús no ahorra detalles. Jesús habla claro. Jesús no disfraza ninguna de las desventajas de seguirlo. Y de repente, en el medio de ese discurso casi militar, Jesús hace un paréntesis, mira a sus discípulos a los ojos y, viendo todo el dolor que deberían enfrentar, les dice: “Nada de lo que sucede con la mas pequeña de las aves escapa al control de Dios, recuerden eso cuando se sientan solos y abandonados. No tengan miedo, ustedes jamás escaparan a la mirada Dios”. Esos pocos versículos desentonan con el estilo general del capítulo 10. Hay dulzura, hay ternura en las palabras de Jesús. Hay simplicidad. Hay una ilustración casi infantil sobre la preocupación de Dios por nosotros, sobre el control absoluto de un Dios que no duerme, que no se descuida, por un Dios que ha hecho de nosotros el centro de su universo. Así que ahí estaba yo, agotada y sarcástica, recordando que mis tiempos están en las manos de Dios y que esas manos, ya fueron perforadas por amor a mí. La dulzura de Dios. Es la dulzura de Dios, y no su omnipotencia, la que me deja sin palabras. La salvación es un regalo. Pero la vida con Dios tiene un precio. Y si no me creen, pregúntenle a Abraham cuánto le costó el amor de Dios. Pregúntenle a Job qué precio tuvo que pagar para permanecer al lado del Eterno. Pregúntele a Juan el Bautista cuánto perdió por caminar con Dios. Pero Dios sabía que no sería fácil. A veces es el pecado, a veces son las pruebas espirituales, otras veces es nuestra propia estupidez. Cómo sea, El sabía que no sería fácil, y por eso dejó la más simple, la más tierna, la más dulce de todas las ilustraciones. Para que cuando estuviésemos demasiados cansados, su voz llegara hasta nosotros sin tanta complicación. Aprendí algo importante esta semana. Cuando estamos demasiado agotados para que la teología, las profecías, incluso la iglesia, puedan tener sentido para nosotros, cuando no hay más resto, cuando estamos desgatados y la fe no alcanza, la dulzura de Dios consigue mantenernos en pie. Su sencillez. La ternura de sus palabras. La dulzura de Dios nos sostiene cuando nada más da resultado. Y aún hay gente que se pregunta por qué elegí a Dios como el amor de mi vida.-

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