viernes, 4 de junio de 2010

Para Marcelo, que el shabat restaure tu cansado corazón

Juan Bautista, la voz que clama en el desierto (2006) “De cierto os digo que entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista; y, sin embargo, el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él””. Mateo 11:11 Esta semana, cuando abrí la Bilbia y descubrí que el tema era Juan el Bautista, me emocioné. Pocas historias en la Biblia me conmueven tanto como la de Juan el Bautista. Cuando somos niños, muchas veces, nos preguntan a quienes queremos encontrar en el Cielo, y así surge una lista de familiares, amigos y grandes personajes bíblicos. Confieso que nunca tuve ningún nombre en mente, nunca pude responder a esa pregunta, no había en mi ninguna gran fascinación por algún personaje bíblico que encontraría en el Cielo. Pero los últimos años han sido años difíciles. A medida que el tiempo se agota y este mundo va llegando a su fin, las dudas, las tristezas, las crisis espirituales parecen intensificarse. En un país extraño, con un idioma nuevo y lejos de casa es fácil perder de vista a Dios y concentrarse en la soledad que nos rodea. Y en medio de esas noches oscuras sin claros amaneceres esperando por mí, la imagen de Juan el Bautista me sostuvo de una manera casi milagrosa. Así que por primera ven en 29 años, estoy esperando deseosa que llegue el día en que, redimidos y restaurados por Jesús, pueda acercarme, con cierto reverente temor, a ese hombre envuelto en ropas de cuero y larga barba. Simplemente quiero acercarme para decirle, con cierta timidez: gracias, porque tu ejemplo me mantuvo en pie y no me dejó desistir. Hoy escribiré sobre un gran hombre. De un hombre que fue grande no porque no tuvo miedo, sino porque creyó, aún , cuando la duda y el miedo lo acorralaron. Hoy, hablaremos de un hombre que amó a Dios cuando Dios parecía ausente. Para introducir la fantástica e intensa historia de Juan el Bautista, es necesario concentrarnos en los últimos días del mensajero de mensajeros. De la voz que clama en el desierto, de áquel que miró a Dios a los ojos y dijo “éste es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Mateo 11, versículo 2 al 14. Juan está derrotado y acabado en una oscura, húmeda y fría cárcel romana. Depende de un rey hebreo que poco interés tiene en emular a su antepasado, el rey David. Herodes, como la mayoría de los políticos, sólo quiere que lo dejen en paz. Y Juan el Bautista estorba, como estorban todos los que dicen la verdad. La lucidez molesta, esto lo saben todos los dictadores que dan poder a los mediocres y encarcelan a los intelectuales. Y Juan, que vivió toda su vida en el desierto sin fin, bajo el sol ardiente de Palestina, apenas puede moverse entre grillos, cadenas y frías piedras de una cárcel demasiado oscura para quien ya había visto la luz de la gloria de Dios rodeándolo. Y Jesús no apareció. Jesús no estuvo ahí para sostenerlo, para alcanzarle un vaso de agua, para abrazarlo y susurrarle al oído que todo estaba bajo control. Los ángeles que presenciaron el bautismo de Jesús no rompieron ni un solo eslabón de la cadena que aprisionaba los brazos de Juan, brazos que se habían levantado al cielo más de una vez para orar por aquellos que recibían el bautismo de inmersión. Cómo se sobrevive en un calabozo después de haber caminado treinta años en la gloria de Dios? Cómo se sobrevive al infierno, cuando el Cielo ha sido el único hogar conocido? Como se enfrenta el silencio de Dios cuando su voz ha sido nuestra única compañía? Juan estaba solo y no entendía nada. Y la duda llegó, y la duda nunca llega sola, generalmente la acompañan el miedo, la tristeza, el desánimo, la rabia. Y Juan clama desesperado por una respuesta de Jesús. Y Jesús responde con actos, con actos de misericordia. Y en cada milagro de Jesús, relatado por sus discípulos, Juan reconoce al Dios que caminó con él en el desierto. Y Juan muere solo y humillado. Pero Juan muere en paz. Porque el carácter de Dios habitaba su corazón. Juan no necesitaba de la libertad del vasto desierto para sentirse en casa. Porque el Cielo en plenitud habitaba el corazón de Juan. Y cuando la pesada hacha cayó sobre el cuello débil del gran profeta, los ángeles colgaron las arpas, el coro celestial dejó de cantar, el universo contuvo el aliento. El más grande de todos los profetas acababa de ser silenciado. Hay reverencia en el Cileo cuando un mensajero es silenciado por la muerte injusta y humillante. Hay reverencia en el Cielo cuando un mensajero es acallado en la soledad de una cárcel desconocida. Hay reverencia en el Cielo cuando alguien elije morir siendo fiel a su Dios. Pero a pesar de la muerte, Juan no tuvo miedo. Porque esa cárcel oscura, esa hacha miserable y esos hombres cobardes no podían contener todo el amor y el respeto que el Cielo sentía por el profeta asesinado. El Cielo guardó silencio, porque los ángeles descendieron para honrar al profeta sentenciado a muerte y para que su corazón escuchara la más dulce de las melodías: el silencio de Dios que acompaña sin molestar, que permanece. Nunca un hombre fue más honrado por el Cielo, en su lecho de muerte, que Juan el Bautista. Nunca un corazón descansó con tanta paz. El carácter de Dios se reflejaba en Juan y quien refleja el carácter de Dios, nunca está solo, porque el Eterno está en él. Quienes elijan ser mensajeros de Dios serán probados al límite. Serán llevados a lugares que nunca imaginaron que pudieran existir. Serán obligados a confiar en Dios cuando Él guarde silencio. Juan el Bautista fue honrado como el más precioso de los guerreros. Enfrentó el infierno de la duda, y aún así eligió creer. “Qué salisteis a ver?” gritó Jesús a la multitud, “una caña sacudida por el viento?” Fortaleza no es ausencia de miedo. Confianza no es ausencia de duda. Fe y coraje son el resultado de la actitud frente al miedo y la duda que nos consumen. Juan el Bautista fue fuerte. Permaneció firme en medio de la oscuridad y de una muerte solitaria. Cuando llegue al Cielo, con esta voz pequeña y tímida que tengo, con las pocas energías que me queden, con ese miedo reverente que nos inspiran las personas que admiramos, pienso acercarme al gran Juan el Bautista, y espero tener el coraje suficiente para decirle, aunque más no sea con un hilo de voz: “gracias”. Juan en la soledad de la cárcel es la figura que me ha mantenido en pie durante las mas cruentas batallas espirituales. Juan el Bautista es a quien miro cuando no consigo tener fe, cuando la duda es demasiado pesada. Espero que en aquel día, en esa celebración maravillosa que será la llegada de los santos al Cielo, Juan el Bautista acepte mi gratitud y entienda cuán importante fue para mí su miedo, su muerte injusta, su soledad, su fortaleza. Y, quien sabe, tal vez, hasta lloremos juntos.-

No hay comentarios:

Publicar un comentario