viernes, 4 de junio de 2010

Para Simone, una de las mujeres que más admiro…

Moisés y Séfora, un amor inteligente (2007) “Por la fe Moisés hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de faraón prefiriendo ser maltratado con el pueblo de Dios, antes que gozar de los deleites temporales del pecado”. Hebreos 11:24 y 25 Sé que cuando hablamos de Moisés pensamos en un gran hombre, en un gran líder, en un magnífico personaje histórico y vemos, antes que nada, su grandeza como hombre a lo largo de la Biblia y a lo largo de la historia. Pero, qué se esconde detrás del gran hombre? Quien era Moisés antes de ser el profeta Moisés? Moisés creció lejos de su familia, fue dejado, aún siendo bebé, en las aguas del Nilo y rescatado por una princesa egipcia. Crecía en un palacio, sabiendo que no pertenecía al palacio y fue criado por su madre hebrea a quien no podía llamar de mamá. La vida de Moisés comienza con un desgarro, un desgarro necesario para salvar su vida. Cuando era un joven lleno de potencial y de expectativas, aún sin saber a qué pueblo pertenecía, quiso ser el salvador de algunos esclavos hebreos que estaban siendo maltratados y lo único que consiguió fue que los egipcios le pusieran precio a su cabeza y la ingratitud de los hebreos que no lo reconocían como uno de los suyos. Sin familia, sin patria, sin sueños, sin futuro, Moisés escapó al desierto. Imagino a Moisés como alguien lastimado, abandonado, su intento de salvar a su pueblo lo llevó a tener que escapar de los egipcios. Ya no pertenecía al palacio ni a los esclavos. El desierto es sinónimo de soledad. No hay pasado, ni futuro. No hay horizontes ni bellos paisajes. Sólo arena, sol y un horizonte infinito que parece no tener fin. Moisés estaba en el desierto y su alma también era un desierto. Tal vez tan terrible como perder la libertad sea perder la identidad. Ese es le Moisés que Dios encontró en el desierto. Y digo que Dios encontró porque siempre es Dios quien nos encuentra, aunque pensemos que somos nosotros quienes lo buscamos. Y cuando pensamos que nuestra vida esta acabada, cuando creemos que no podemos cometer más errores, cuando no tenemos perspectivas, identidad o grandes sueños para conquistar, Dios se acerca y nos dice “ahora si estás listo”. Para ser grandes hombres de Dios necesitamos de preparación y la primera lección en la escuela de Dios es vaciarnos de nosotros mismos, de nuestro pasado y de nuestro futuro. Dejar a los pies de Dios las heridas, pero también las ilusiones futuras. Esta lección es dolorosa, cómo no, pero quien en este mundo ha conquistado ciudades, medallas o un gran amor, sin antes haber sufrido. Dios es un entrenador olímpico. Si realmente deseas la medalla será mejor que estés preparado para el entrenamiento. Pero Dios sabe cuánto puedes dar, Dios te encuentra en medio del desierto y sabe, con sólo mirarte, a qué altura puedes volar. Y fue en el desierto, donde el cansado y vacío corazón de Moisés encontró a Dios. Y en Dios, Moisés construyó su identidad. Y aquí llega la gran historia de amor. Moisés llega a un pozo de agua. Rudos y desagradables pastores le roban el agua a siete jovencitas, hijas del sacerdote de Madián. Moisés ve la escena. Es fácil ser valientes cuando nuestro adversario es más débil. Lo difícil es ser valientes cuando las circunstancias no ayudan. Moisés pelea con los hombres de Madián y devuelve el agua a las hijas de Jetro. Moisés seguía siendo un salvador. La soledad, el desarraigo, el desierto y el vacío no habían cambiado la naturaleza de Moisés. Moisés seguía indignándose frente a la injusticia. Moisés continuaba defendiendo a los más débiles. Dios ve tu esencia y en el desierto tu esencia es probada, es examinada. Dios sabía que el corazón de Moisés escondía un gran líder, un líder que era capaz de enfrentar a los hombres más rudos de la ciudad para defender a los más débiles. No importa cuan solo estés en el desierto. Dios conoce tu esencia. Dios sabe de qué material estás hecho. Jetro eligió a Séfora, su hija mayor, para entregarla como esposa a Moisés. Y a lo largo de los capítulos de Éxodo y Números, que cuentan la historia de Moisés, se percibe un compañerismo constante entre Séfora y su esposo. Séfora fue, sin lugar a dudas, el apoyo incondicional para un Moisés que debió padecer, durante cuarenta años, a ese pueblo necio y testarudo que no aprendió nunca a confiar plenamente en Dios. Durante cuarenta años Moisés disfrutó de lo que no había tenido en su infancia. Una familia, dos hijos creciendo junto a sus abuelos, una esposa que lo esperaba en casa después de largos día llevando a las ovejas de Jetro a pastar en lugares lejanos. Moisés tenía una hogar, Moisés se sentía parte de una familia. El desarraigado Moisés, el desterrado Moisé, había encontrado en Séfora y su familia un lugar al cual pertenecer. Y cuando creemos que ya hemos aprendido todo, cuando creemos que nuestra vida no cambiará más, cuando somos gratos a Dios por la armonía familiar y afectiva que hemos encontrado, cuando nuestros sueños de juventud ya no molestan porque ahora nuestro mayor anhelo es permaneces bajo las cálidas alas de una realidad tranquila, ahí es cuando Dios aparece diciéndonos “ahora es el momento de que comience la acción”. Moisés debió dejar Madián, a su familia, y embarcarse en la difícil liberación de Israel. Pasó cuarenta años arrastrando a su familia a través del desierto, sus hermanos comenzaron a tener celos de la influencia de su esposa y se burlaron de su piel oscura, demasiado oscura para los prejuicios racistas de un pueblo que había sido esclavo durante más de cuatro siglos. Imagino a Séfora, seguiendo a su marido al desierto, soportando las burlas de sus cuñados y viendo a Moisés saliendo de mañana para volver a casa sólo en la noche, cargando en sus espaldas todos los problemas de Israel. Imagino a Séfora como una mujer fuerte y fiel, como una gran compañera. No hay una hermosa historia romántica entre Moispés y Séfora, pero sí se esconde la historia de una gran pareja. Séfora soportó, codo a codo, una realidad poco confortable, el desarraigo de su familia, de su idioma, de sus costumbres, educó a sus hijos sola mientras Moisés entraba a los anales de la historia como “el libertador”. Nunca mejor colocada la frase “detrás de todo gran hombre se esconde una gran mujer”. No sabemos mucho sobre Séfora en la Biblia, pero hay un pasaje que me parece significativo: Exodo 18:13-22 El padre de Séfora le da un consejo sabio a su hijo político, un consejo que aún hoy es utilizado por las grandes escuelas de negocios y liderazgo alrededor del mundo: un buen líder es aquel que aprendió a delegar. Tengo la impresión de que Séfora era una mujer tan sabía y coherente como su padre y creo que fue Séfora quien le pidió a Jetro que orientara a un Moisés demasiado cansado y demasiado perdido ante la inmensidad de su obra. No se si Séfora era una mujer hermosa. Pero estoy segura de que Séfora era una mujer inteligente. Existen mujeres que renuncian a su vida para acompañar la vida de sus maridos. Mujeres que educan solas a sus hijos mientras sus esposos salvan a la Humanidad. Existen mujeres que nunca serán reconocidas, pero sin las cuales el mundo no sería el mismo. Existen mujeres que eligen amar a un hombre aún cuando no son aceptadas por la familia de ese hombre. Existen mujeres que eligen amar al Dios de sus maridos, aún cuando lo conocen muy poco. Existen parejas que nunca cenarán a la luz de las velas, pero que pueden sentarse, uno frente al otro, al final del día y saber que son fuertes lo suficiente para sostenerse el uno al otro después de un día agotador. Existen parejas que viven un compañerismo que se fortalece con cada prueba, con cada tristeza. Bueno, de esto también esta hecho el amor. Existen historias de grandes amores y existen historias de grandes parejas. De algo estoy segura, Moisés no habrá sido el gran Moisés que conocemos sin la fidelidad de Séfora. Moisés no habría sido el profeta Moisés sin Séfora. El verdadero amor nos ayuda a construir la persona que debemos ser.-

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