viernes, 11 de mayo de 2012

Minha pequena família en Sao Paulo

 

(á Sarinha e o Daniel, Sao José dos Campos, 2010)

 

Así que no temáis; más valéis vosotros que muchos pajarillos” San Mateo 10:31

(Brasil, 2008) Este es uno de los textos más dulces de Jesús. Lo imagino en medio de colinas verdes, bajo el sol fuerte de Palestina, sentado informalmente en el pasto apenas acompasado por el viento leve de Galilea.

Así de cercano y fiel lo imagino a Jesús cuando mirando a cada discípulo a los ojos, dijo: “No tengan miedo, si Dios está pendiente de cada ave que vuela en el cielo, mucho más preocupado estará con ustedes.

En medio de una semana de aturdimiento, de agendas cargadas, de metas que parecen inalcanzables, de esa sensación tremenda que es saberse lejos de casa, llega como un susurro dulce y armonioso la voz de Jesús, que trasciende tiempo y espacio:No tengas miedo, si vales más que un pequeño pajarillo.

Es que así nos sentimos a veces. Como aves de alas quebradas, de picos demasiado débiles para sujetar el alimento, pequeñas avecillas que son arrastradas por la tormenta, atacadas por predadores. Chiquitos, débiles, con un canto demasiado frágil para ser oído más allá de las nubes.

Y Jesús, qué sabe exactamente cómo es sentirse cansado, solo y abandonado, sin energías para remontar, mira a sus discípulos y cuando los mira, también nos ve a nosotros.

Jesús ve nuestros hombros caídos, el cabellos blanco, las arrugas de una sonrisa marchita. Él nos ve gastados y cansados llevando su nombre a toda nación, tribu, lengua y pueblo. Jesús mirá a sus discípulos y en ellos, Jesús nos ve

Y mirándonos a los ojos nos dice:No tengan miedo, ni aún los pequeños pájaros escapan a la vista de Dios, mucho menos ustedes serán olvidados por el Eterno.

Así que no temáis; más valéis vosotros que muchos pajarillos.

¿Fueron estas las palabras que Juan recordó cuando fue desterrado a Patmos? ¿Acaso fueron estas las palabras que Pedro recordó en la oscuridad de la cárcel? ¿Pablo las habrá escuchado antes de ser azotado por soldados romanos? ¿Y Esteban? Cuando la primera piedra lo alcanzó, recordó que su vida era más valiosa que la de una pequeña ave?

Existen momentos en la caminata cristiana en los que resulta difícil permitir que la dulzura y la fidelidad de las palabras de Jesús nos alcancen. Estamos demasiado solos, demasiado agotados, demasiado vacíos.

La gran tentación en esos momentos es considerar las palabras de Jesús como frases decorativas. Apenas palabras bonitas en una tarjeta de fin de año.

La palabra de Jesús tiene poder. Las promesas de Jesús no son apenas mensajes lejanos de fuerza espiritual. Son realidades comprobables en nuestro día a día.

Cuando nos aferramos a las palabras de Jesús, cuando las apretamos fuerte contra el pecho abierto y herido, cuando caminamos con la certeza de que los ojos de Dios no se apartan de nosotros, cuando remontamos vuelo, una vez más, con el alma quebrada, cuando elegimos caminar a pesar del cansancio. Cuando miramos hacia arriba con la seguridad de que el Cielo nos devuelve la mirada, cuando somos fuertes porque Dios ha sido fuerte por nosotros, en esos momentos la dulce frase de Jesús se hace carne y nos sustenta y nos mantiene de pie.

Cuando elegimos creer, la fe nutre, la fe fortalece, la fe nos mantiene en el camino correcto.

Hay afecto en las palabras de Jesús. Hay preocupación. Hay ternura. Hay dulzura. Las palabras de Jesús se dirigen al alma, pero pasan siempre, primero, por el corazón.

Es que sólo el afecto nos mantiene de pie cuando todo lo demás se ha acabado, cuando no hay mas resto.

El afecto de Dios... esa ternura para asegurarnos que no importa el camino, Él no nos pierde de vista.

Vuelvo con mi mente a esa tarde seca y soledad en las colinas de Galilea, cuando doce hombres, rudos, confusos, demasiado jóvenes para ser sabios y demasiado viejos para ser intrépidos, miraron a Jesús a los ojos y lo escucharon decir:Así que no temáis; más valéis vosotros que muchos pajarillos.

Pasaron años antes de que estas palabras tuvieran real sentido para ellos. Y en los ojos viejos y cansados de Juan y en la espalda llena de cicatrices de Pablo y en la tortura inclemente de los primeros cristianos, aún en las oscuras catacumbas, las palabras de Jesús cobraron sentido:No tengan miedoporque ustedes son más valiosos de lo que pueden imaginar.

Quien elija caminar tras los pasos de Jesús deberá enfrentar duras pruebas, deberá estar preparado mental, física y espiritualmente.

Doctrinas y teología. Salud y disciplina. Fe y coraje. Valor, fuerza, perseverancia. Quien elija seguir a Dios y llevar su nombre escrito en la frente, deberá estar preparado, deberá ser fuerte.

Pero hoy aprendí algo importante. En este solitario espacio de trabajo, en esta cargada agenda que no me deja avanzar, en medio de pequeñas decepciones y pequeñas batallas, descubro que para ser parte del ejército del Cielo es necesario, ante todo, nutrirse de la dulzura de Jesús.

Parece demasiado obvio, demasiado pequeño, demasiado infantil, pero cuando la fe, el coraje, la motivación y el conocimiento ya no alcanzan, aún nos queda la ternura de Dios, su dulzura, su interés sincero y cariñoso. Ese ejemplo tan pequeño, esa comparación casi absurda.

Miren a las aves y recuerden que yo los amo y que nada escapa a mis ojos.

Qué fantástico. La dulzura de Dios nos mantiene en pie, cuando nada más parece dar resultado.




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