Minha pequena família en Sao Paulo
(á Sarinha e o Daniel, Sao José dos Campos, 2010) |
“Así
que
no
temáis;
más
valéis
vosotros
que
muchos
pajarillos” San
Mateo
10:31
(Brasil,
2008) Este
es
uno
de
los
textos
más
dulces
de
Jesús.
Lo
imagino
en
medio de
colinas
verdes,
bajo
el sol
fuerte
de
Palestina,
sentado
informalmente
en
el
pasto
apenas
acompasado
por
el
viento
leve
de
Galilea.
Así
de
cercano
y
fiel
lo
imagino
a
Jesús
cuando
mirando
a
cada
discípulo
a
los
ojos,
dijo:
“No
tengan
miedo,
si
Dios
está
pendiente
de
cada
ave
que
vuela en el cielo,
mucho
más
preocupado
estará
con
ustedes”.
En
medio
de
una
semana
de
aturdimiento,
de
agendas
cargadas,
de
metas
que
parecen
inalcanzables,
de
esa
sensación
tremenda
que
es
saberse
lejos
de
casa,
llega
como
un
susurro
dulce
y
armonioso
la
voz
de
Jesús,
que
trasciende
tiempo
y
espacio:
“No
tengas
miedo,
si
vales
más
que
un
pequeño
pajarillo”.
Es
que
así
nos
sentimos
a
veces.
Como
aves
de
alas
quebradas,
de
picos
demasiado
débiles
para
sujetar
el
alimento,
pequeñas
avecillas
que
son
arrastradas
por
la
tormenta,
atacadas
por
predadores.
Chiquitos,
débiles,
con
un
canto
demasiado
frágil
para
ser
oído
más
allá
de
las
nubes.
Y
Jesús,
qué
sabe
exactamente
cómo
es
sentirse
cansado,
solo
y
abandonado,
sin
energías
para
remontar,
mira
a
sus
discípulos
y
cuando
los
mira,
también
nos
ve
a
nosotros.
Jesús
ve
nuestros
hombros
caídos,
el
cabellos
blanco,
las
arrugas
de
una
sonrisa
marchita.
Él
nos
ve
gastados
y
cansados
llevando
su
nombre
a
toda
nación,
tribu,
lengua
y
pueblo.
Jesús
mirá
a
sus
discípulos y
en
ellos,
Jesús
nos
ve…
Y
mirándonos
a
los
ojos
nos
dice:
“No
tengan
miedo,
ni
aún
los
pequeños
pájaros escapan
a
la
vista
de
Dios,
mucho
menos
ustedes
serán
olvidados
por
el
Eterno”.
“Así
que
no
temáis;
más
valéis
vosotros
que
muchos
pajarillos”.
¿Fueron
estas
las
palabras
que
Juan
recordó
cuando
fue
desterrado
a Patmos?
¿Acaso
fueron
estas
las
palabras
que
Pedro
recordó
en
la
oscuridad
de
la
cárcel?
¿Pablo
las
habrá
escuchado
antes
de
ser
azotado
por
soldados
romanos?
¿Y
Esteban?
Cuando
la
primera
piedra
lo
alcanzó,
recordó
que
su
vida
era
más
valiosa
que
la
de
una
pequeña
ave?
Existen
momentos
en
la
caminata
cristiana
en
los
que
resulta difícil
permitir
que
la
dulzura
y
la
fidelidad
de
las
palabras
de
Jesús
nos
alcancen.
Estamos
demasiado
solos,
demasiado
agotados,
demasiado
vacíos.
La
gran
tentación
en
esos
momentos
es
considerar
las
palabras
de
Jesús
como
frases
decorativas.
Apenas
palabras
bonitas
en
una
tarjeta
de
fin
de
año.
La
palabra
de
Jesús
tiene
poder.
Las
promesas
de
Jesús
no
son
apenas
mensajes
lejanos
de
fuerza
espiritual.
Son
realidades
comprobables
en
nuestro
día
a
día.
Cuando
nos
aferramos
a
las
palabras
de
Jesús,
cuando
las
apretamos
fuerte
contra
el
pecho
abierto
y
herido,
cuando
caminamos
con
la
certeza
de
que
los
ojos
de
Dios
no
se
apartan
de
nosotros,
cuando
remontamos
vuelo,
una
vez
más,
con
el
alma
quebrada,
cuando
elegimos
caminar
a
pesar
del
cansancio.
Cuando
miramos
hacia
arriba
con
la
seguridad
de
que
el
Cielo
nos
devuelve
la
mirada,
cuando
somos
fuertes
porque
Dios
ha
sido
fuerte
por
nosotros,
en
esos
momentos
la
dulce
frase
de
Jesús
se
hace
carne
y
nos
sustenta
y
nos
mantiene
de
pie.
Cuando
elegimos
creer,
la
fe
nutre,
la
fe
fortalece,
la
fe
nos
mantiene
en
el
camino
correcto.
Hay
afecto
en
las
palabras
de
Jesús.
Hay
preocupación.
Hay
ternura.
Hay
dulzura.
Las
palabras
de
Jesús
se
dirigen
al
alma,
pero
pasan
siempre,
primero,
por
el
corazón.
Es
que
sólo
el
afecto
nos
mantiene
de
pie
cuando
todo
lo
demás
se
ha
acabado,
cuando
no
hay
mas
resto.
El
afecto
de
Dios...
esa
ternura
para
asegurarnos
que
no
importa
el
camino,
Él
no
nos
pierde
de
vista.
Vuelvo
con
mi
mente
a
esa
tarde
seca
y
soledad
en
las
colinas
de
Galilea,
cuando
doce
hombres,
rudos,
confusos,
demasiado
jóvenes
para
ser
sabios
y
demasiado
viejos
para
ser
intrépidos,
miraron
a
Jesús
a
los
ojos
y
lo
escucharon
decir:
“Así
que
no
temáis;
más
valéis
vosotros
que
muchos
pajarillos”.
Pasaron
años
antes
de
que
estas
palabras
tuvieran
real
sentido
para
ellos.
Y
en
los
ojos
viejos
y
cansados
de
Juan
y
en
la
espalda
llena
de
cicatrices
de
Pablo
y
en
la
tortura
inclemente
de
los
primeros
cristianos,
aún
en
las
oscuras
catacumbas,
las
palabras
de
Jesús
cobraron
sentido:
“No
tengan
miedo…
porque
ustedes
son
más
valiosos
de
lo
que
pueden
imaginar”.
Quien
elija
caminar
tras
los
pasos
de
Jesús
deberá
enfrentar
duras
pruebas,
deberá
estar
preparado
mental,
física
y
espiritualmente.
Doctrinas
y
teología.
Salud
y
disciplina.
Fe
y
coraje.
Valor,
fuerza,
perseverancia.
Quien
elija
seguir
a
Dios
y
llevar
su
nombre
escrito
en
la
frente,
deberá
estar
preparado,
deberá
ser
fuerte.
Pero
hoy
aprendí
algo
importante.
En
este
solitario
espacio
de
trabajo,
en
esta
cargada
agenda
que
no
me
deja
avanzar,
en
medio
de
pequeñas
decepciones
y
pequeñas
batallas,
descubro
que
para
ser
parte
del
ejército
del
Cielo
es
necesario,
ante
todo,
nutrirse
de
la
dulzura
de
Jesús.
Parece
demasiado
obvio,
demasiado
pequeño,
demasiado
infantil,
pero
cuando
la
fe,
el
coraje,
la
motivación
y
el
conocimiento
ya
no
alcanzan,
aún
nos
queda
la
ternura
de
Dios,
su
dulzura,
su
interés sincero
y
cariñoso.
Ese
ejemplo
tan
pequeño,
esa
comparación
casi
absurda.
“Miren
a
las
aves
y
recuerden
que
yo
los
amo
y
que
nada
escapa
a
mis
ojos”.
Qué
fantástico.
La
dulzura
de
Dios
nos
mantiene
en
pie,
cuando
nada
más
parece
dar
resultado.
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