“Yo tuve en mi antecesor y padre
adoptivo, Antonino Pío, un ejemplo de sencillez y firmeza, de
desprecio de las vanidades, de diligencia y de perseverancia... Él
daba audiencia a todo el mundo y respetaba los derechos de cada uno;
él sabía cuándo y cómo tenía que descansar, lo mismo que la
mejor manera de aprovechar el trabajo. Él me enseñó a perdonar a
los que se propasasen conmigo y a conducirme como un igual entre las
gentes; a distribuir mis afectos, no cambiando de amigos a todas
horas ni entregándome a ellos ciegamente. De él aprendí a no
depender de nadie y aceptar mis destino, sea el que fuere; a ser
precavido en los negocios públicos y no desdeñar el estudio de los
asuntos por pequeños que parecieren, sin caer tampoco en puntillos
de afectación. Él me demostró que debía estar siempre por encima
de los juicios del vulgo; me enseñó a adorar a los dioses sin
superstición y servir a la humanidad desinteresadamente; a ser
sobrio, a no entusiasmarme pro vanas novedades, a contentarme con
poco, a apreciar los bienes que tengo en mi mano y a no desesperarme
por su pérdida. De él aprendí a no ser un sofista ni un pedante,
sino un hombre práctico que vive en este mundo; a tener buenos
modales, a ser limpio y a cuidar de la higiene sin depender demasiado
de los médicos... Siempre prudente y moderado, Antonino nunca se
entregó con exceso a la manía de construir edificios ni fue
excesivo en sus dádivas al pueblo. Pensó sólo en cumplir con su
deber, sin cuidarse de lo que diría la gente...”
-Meditaciones de Marco Aurelio,
-Meditaciones de Marco Aurelio,
emperador romano en el año 161 de nuestra era-
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