jueves, 19 de julio de 2012


Los zapatos negros (2009) Los vi en una vidriera de la calle Santa Fe. Cada vez que pasaba me quedaba mirándolos. Eran exactamente como los había imaginado. Negros, de un taco elegante y terminaciones delicadas. Había visto ese mismo modelo en las chicas del colegio ese año, y sabía que era difícil encontrarlos, la mayoría había conseguido esos zapatos en el extranjero. Hacia años que soñaba con esos zapatos negros de taco elegante.

Los zapatos de mis sueños estaban en oferta, en la calle Santa Fe, a cinco cuadras de casa. En aquel tiempo el sueldo de mi madre docente cubría la educación privada de dos hijos, así que el hecho de que los zapatos estuvieran en oferta era un dato fundamental.
Mamá me dio el dinero justo para visitar a mi prima ese verano, apenas algunos días de paseo. Hice cálculos rápidos, si me esforzaba, podía ahorrar el dinero y comprarme los zapatos a la vuelta del viaje. Pero quien me aseguraba que los zapatos estarían allí. Así que ahí, parada enfrente a esa vidriera, mirando esos zapatos negros y elegantes que me parecían de ensueño, le pedí a Dios que me los guardara hasta que volviera de la casa de mi prima.

Una semana después baje del colectivo y con mi pequeño bolso caminé directamente hasta la vidriera. Una parte de mi sabía que ese ultimo par en oferta, probablemente había sido vendido, pero otra parte de mí recordaba que yo había dejado a Dios como garante de los zapatos de mis sueños.

Los zapatos estaban en el mismo lugar. Entre, los probé y me los lleve. La felicidad que tenía me brotaba por todos los poros. Y no era sólo por los zapatos, era, ante todo, por esa pequeña complicidad entre Dios y yo.

Dios puso esos zapatos en la vidriera de la calle Santa Fe y me los guardo hasta que fui a buscarlos. Caminar con la caja de zapatos en la mano hasta mi casa es uno de los momentos más felices que recuerdo en mi vida.

Pasaron diez años desde esa experiencia. En muchos aspectos ya no soy la misma persona y hace tiempo que no me atrevo a pararme en una vidriera para pedirle a Dios que me guarde los zapatos que me gustan. Dios debe extrañar la candidez que me caracterizaba cuando a los 19 años creía que Dios podía para el Universo sólo para comprarme zapatos.

Me volví mas racional, mas cínica. Ahora, la mayoría de las veces intento negociar con Dios, conquistarlo, tratarlo como trato a mis jefes, convencerlo de que tal o cual solución es la mas adecuada.

En las últimas semanas he dudado mucho del interés de Dios por asuntos que debo resolver en el trabajo. Mi propio cinismo me lleva a creer que Dios me mira desde lejos, indiferente, esperando que me las arregle sola.

Y de la nada recordé los zapatos negros. Y recordé la sensación maravillosa que tuve, con la caja en la mano, caminando hasta mi casa, pensando que Dios me había regalado los zapatos más hermosos del mundo.

Usé esos mismos zapatos en mi graduación universitaria. Ya estaban pasados de moda, no eran tan bonitos como los de mis compañeras, pero yo me los puse a propósito, como si quisiera llevar a Dios conmigo cuando me entregaran el diploma, como si quiera homenajear a Dios con un guiño de complicidad que solo nosotros entenderíamos.

junio, 2001
Pero lo más importante, quería empezar mi carrera profesional recordando que Dios se preocupa. Que a Dios le importa. Que Él puede detener el Universo para reservarle a una chica los zapatos más lindos del mundo.-

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