Los zapatos negros (2009) Los vi en una
vidriera de la calle Santa Fe. Cada vez que pasaba me quedaba
mirándolos. Eran exactamente como los había imaginado. Negros, de
un taco elegante y terminaciones delicadas. Había visto ese mismo
modelo en las chicas del colegio ese año, y sabía que era difícil
encontrarlos, la mayoría había conseguido esos zapatos en el
extranjero. Hacia años que soñaba con esos zapatos negros de taco
elegante.
Los zapatos de mis
sueños estaban en oferta, en la calle Santa Fe, a cinco cuadras de
casa. En aquel tiempo el sueldo de mi madre docente cubría la
educación privada de dos hijos, así que el hecho de que los zapatos
estuvieran en oferta era un dato fundamental.
Mamá
me dio el dinero justo para visitar a mi prima ese verano, apenas
algunos días de paseo. Hice cálculos rápidos, si me esforzaba,
podía ahorrar el dinero y comprarme los zapatos a la vuelta del
viaje. Pero quien me aseguraba que los zapatos estarían allí. Así
que ahí, parada enfrente a esa vidriera, mirando esos zapatos negros
y elegantes que me parecían de ensueño, le pedí a Dios que me los
guardara hasta que volviera de la casa de mi prima.
Una semana después
baje del colectivo y con mi pequeño bolso caminé directamente hasta
la vidriera. Una parte de mi sabía que ese ultimo par en oferta,
probablemente había sido vendido, pero otra parte de mí recordaba
que yo había dejado a Dios como garante de los zapatos de mis
sueños.
Los zapatos estaban
en el mismo lugar. Entre, los probé y me los lleve. La felicidad que
tenía me brotaba por todos los poros. Y no era sólo por los zapatos,
era, ante todo, por esa pequeña complicidad entre Dios y yo.
Dios puso esos
zapatos en la vidriera de la calle Santa Fe y me los guardo hasta que
fui a buscarlos. Caminar con la caja de zapatos en la mano hasta mi
casa es uno de los momentos más felices que recuerdo en mi vida.
Pasaron diez años
desde esa experiencia. En muchos aspectos
ya no soy la misma persona y hace tiempo que no me atrevo a pararme
en una vidriera para pedirle a Dios que me guarde los zapatos que me
gustan. Dios debe extrañar la candidez que me caracterizaba cuando a
los 19 años creía que Dios podía para el Universo sólo para
comprarme zapatos.
Me volví mas
racional, mas cínica. Ahora, la mayoría de las veces intento
negociar con Dios, conquistarlo, tratarlo como trato a mis jefes,
convencerlo de que tal o cual solución es la mas adecuada.
En las
últimas semanas he dudado mucho del interés de Dios por asuntos que
debo resolver en el trabajo. Mi propio cinismo me lleva a creer que
Dios me mira desde lejos, indiferente, esperando que me las arregle
sola.
Y de
la nada recordé los zapatos negros. Y recordé la sensación
maravillosa que tuve, con la caja en la mano, caminando hasta mi
casa, pensando que Dios me había regalado los zapatos más hermosos
del mundo.
Usé
esos mismos zapatos en mi graduación universitaria. Ya estaban
pasados de moda, no eran tan bonitos como los de mis compañeras,
pero yo me los puse a propósito, como si quisiera llevar a Dios
conmigo cuando me entregaran el diploma, como si quiera homenajear a
Dios con un guiño de complicidad que solo nosotros entenderíamos.
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junio, 2001 |
Pero lo más
importante, quería empezar mi carrera profesional recordando que
Dios se preocupa. Que a Dios le importa. Que Él puede detener el
Universo para reservarle a una chica los zapatos más lindos del
mundo.-
Muy inspirador. Gracias por compartir tus pensamientos :)
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