lunes, 11 de julio de 2011

martes, 5 de julio de 2011

"…Sea tu misericordia, oh Jehová, sobre nosotros, según esperamos en ti.”

“He aquí el ojo de Jehová sobre los que le temen, sobre los que esperan en su misericordia…"

Salmo 33

(lunes de sol, en Entre Ríos, recordando cómo es estar rodeada del afecto de los amigos incondicionales de toda la vida)

sábado, 2 de julio de 2011

“Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; Sobre ti fijaré mis ojos”. Sal.32:8

(sábado de sol en Montevideo, mientras buscaba al Eterno)

Lo que aprendí con Nahiara…

(foto de Nahiara a los tres años)
Sobre la infancia (2009) No comparto mi día a día con niños. Mis amigos mas cercanos, aquí en Brasil, están disfrutando de la pareja, o cuidando hijos adolescentes o conociendo gente con la secreta esperanza de encontrar ése amor que genera el deseo de compartir una vida y tener hijos.

Así que no, no hay niños a la vista.

Por eso es tan movilizador para mí visitar a mi prima Jeny, a quien considero mi hermana. No nos parecemos en nada físicamente, ella es una católica fiel y yo soy la prima que no mira televisión en sábado. Hemos aprendido a amarnos más allá de las diferencias.

Y digo que visitarla a Jeny es movilizador porque ella, con quien nos llevamos nueve meses, ha sido la primera valiente en aportar sobrinos y nietos a la familia. Y cuando la visito, entro en contacto con ese mundo tan diferente que es el mundo de los niños. Reconozco que interactúo poco, pero aún así me asombro. Y aprendo.

Sé que corro el riesgo de parecer cursi o poco original hablando de niños y de cuánto aprendemos de ellos. Pero es que en mi caso, entrar en contacto con mi niña interior, es un poco doloroso, por eso para mí es tan importante, al menos una vez al año, tener una referencia externa. Volver a esa tierra sin dueño que es la infancia.

Recuerdo cuando nos encontramos en Montevideo y le compramos regalos a Nahiara, la primogénita de mi prima. Cuando los abrió, dio un grito de alegría, tan intenso como le permitían sus pulmones con apenas tres años de uso. No recordaba un rostro tan feliz, un grito tan sincero. Y entendí por qué gastamos tanto dinero comprándole juguetes a los niños: es fascinante ver sus caras de felicidad.

En qué momento perdemos la capacidad de ser felices con lo que la vida nos da? No lo sé… deben ser las heridas del camino, la desilusión, esa cáscara emocional que debemos generar para sobrevivir.

Sin embargo, esta semana recordé de manera vívida ese grito eufórico y los ojos brillantes de Nahiara cuando abrió el enorme paquete de regalo. Fue en medio de una conversación telefónica. Nuevamente mi voz cansada en el teléfono y la tranquila sabiduría de mi hermano menor.

Giovani me dijo, con naturalidad, que en el judaísmo, recibir algo que debe ser disfrutado y no hacerlo, es pecado. No disfrutar de aquello que debe darnos placer, es pecado.

Y me quede en silencio, nuevamente, pensando en cuántos regalos, algunos en paquete brillante y otros envueltos en papel de diario, Dios me había entregado en esos días. Dios esperando nuestro grito de alegría, nuestros ojos brillando, ese regocijo tan puro, tan febril, de un chico recibiendo regalos en Navidad.

Dios debe esperar impaciente vernos disfrutar de lo que él nos da. Dios nunca nos deja sin regalos. Y como él no es Papá Noel, no necesita ni de listas ni de niños que se porten bien. Muchas veces sus bendiciones más bellas llegan cuando menos las merecemos, justamente, porque a él le gusta dar regalos de improviso, simplemente para estar presente, para recordarnos que su amor no depende de nosotros.

Y en esa tarde de sol, mi hermano me dijo “Para Dios, tu trabajo es secundario, lo que él quiere es que seas feliz”. Y con esa misma tranquilidad me recordó que, inmediatamente después del amor, gozo es el siguiente fruto del Espíritu.

Así que aquí estoy, conectándome con mi niña interior, aunque cueste, para que la próxima vez que Dios se acerque con algún regalo, escuche mi grito feliz, mis ojos vidriosos, mi alma leve.

La presencia de Dios es el único lugar en el que podemos ser niños cada vez que nos de la gana, sin miedo a hacer el ridículo.-