jueves, 12 de julio de 2012


Existen tantas cosas que desperdiciamos.  
Tantas bendiciones que no vemos.  
Dios habla suavecito y nosotros no escuchamos.  
Desperdiciamos tardes de lluvia quejándonos, 
en vez de sentarnos escuchar nuestra música favorita.
Regañamos a nuestros hijos por el desorden, 
olvidando que en algunos años más, cuando ellos crezcan,
la casa ordenada será sinónimo de ausencia. 
Desperdiciamos tarde de sol encerrados en un escritorio,
desperdiciamos la oportunidad de abrazarnos en los
cumpleaños, desperdiciamos tantos tiempos muertos 
por no llevar un buen libro en nuestro bolso.  
Dios abre mares, derriba montañas  
y sostiene el mundo en su eje.  
Sin embargo, su poder nunca es tan inmenso  
como cuando se esconde en detalles cotidianos 
para acercarse a nosotros, 
a través de una brisa suave,  
del aroma de una buena comida, de un bello paisaje, 
de la última flor que nos regalaron.  
Desperdiciamos tantas cosas,
y sin embargo Dios no se cansa de ofrecerlas
(abril, 2005)

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