Existen
tantas
cosas
que
desperdiciamos.
Tantas
bendiciones
que
no
vemos.
Dios
habla
suavecito
y
nosotros
no
escuchamos.
Desperdiciamos
tardes
de
lluvia
quejándonos,
en
vez
de
sentarnos
escuchar
nuestra
música
favorita.
Regañamos
a
nuestros
hijos
por
el
desorden,
olvidando
que
en
algunos
años
más,
cuando
ellos
crezcan,
la
casa
ordenada
será
sinónimo
de
ausencia.
Desperdiciamos
tarde
de
sol
encerrados
en
un
escritorio,
desperdiciamos
la
oportunidad
de
abrazarnos
en
los
cumpleaños,
desperdiciamos
tantos
tiempos
muertos
por
no
llevar
un
buen
libro
en
nuestro
bolso.
Dios
abre
mares,
derriba
montañas
y
sostiene
el
mundo
en
su
eje.
Sin
embargo,
su
poder
nunca
es
tan
inmenso
como
cuando
se
esconde
en
detalles
cotidianos
para
acercarse
a
nosotros,
a
través
de
una
brisa
suave,
del
aroma
de
una
buena
comida,
de
un
bello
paisaje,
de
la
última
flor
que
nos
regalaron.
Desperdiciamos
tantas
cosas,
y
sin
embargo
Dios
no
se
cansa
de
ofrecerlas.
(abril, 2005)
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