jueves, 30 de junio de 2011

Intentando…

Dejar ir… (2009) Sucedió esta tarde. Estaba sentada delante de un baúl que guardaba todos los libros, apuntes y primeros intentos de escrita de mi etapa universitaria. Y supe que ya no tenía sentido guardarlos.

Y supe también que no se trataba solamente de textos y libros. Había que despedirse de una etapa que no volvería más. Aquello que debía ser asimilado, absorbido y vivido ya estaba conmigo, me había acompañado en los últimos diez años. Pero era momento de dejar ir ese santuario de objetos.

Lo revisé con respeto, con nostalgia, con cariño. Pero supe que ése era un momento sagrado, el momento en el cual debía dejar descansar al pasado.

Y pensé en las personas que había encontrado, en como todos tenemos algo o alguien a quien despedir. Alguien a quien dejar descansar. Todo lo que nos rodea es transitorio. Esta verdad es dolorosa. Inmensamente dolorosa.

Y la muerte, que es la más democrática de las desgracias. La muerte, cuya única característica positiva es que nunca se deja impresionar por las diferencias de raza, de dinero, de cultura. Ante ella, somos todos iguales.

Dejar ir, soltar, despedirse, aunque duela. Entender que cada persona pasará por nuestra vida el tiempo que sea necesario, que las amistades, a veces, tienen ciclos, que también los sueños deben mutar para sobrevivir y que el pasado, cuando no es superado con respeto, se convierte en una excusa para dejar de crecer.

Dejar ir… entregarle a Dios lo que fuimos y no tener miedo de empezar con las manos vacías.

El tiempo tiene una característica maravillosa. Decanta la esencia de las cosas. Y cuando nos aferramos al pasado, a los objetos o a las personas que representan ese pasado, interrumpimos ese proceso de decantación.

Y ese proceso de decantación significa que las personas que nos marcaron, también nos construyeron y esa construcción no puede perderse, aunque los amigos ya no estén. Las vivencias, los errores, cada página escrita y leída, cada momento, efímero o trascendente, todo eso quedo guardado en algún lugar del alma y de esa manera sabia es como el pasado eligió permanecer: transformándonos.

Pero las vivencias sólo pueden transformarnos cuando las dejamos ir.

Y mañana, cuando el avión despegue y me devuelva a esa tierra extranjera que tal vez este destinada a ser mi hogar, sé que voy a llorar por el duelo que significa dejar el pasado descansando.

Tal vez por este motivo me permito, por primera vez, compartir una plegaria escrita:

Que tu alma sea paciente para respetar tus tiempos.

Que tu alma sea generosa para dejar ir aquello que ya cumplió su ciclo.

Que tu alma sea sabia para entender que lo mejor del pasado se quedó contigo, aunque no sea tangible.

Que el pasado sea riqueza y no esclavitud.

Que Dios sea honrado con tu fe y que sus manos te sostengan al comenzar un camino nuevo.-

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