para mi preciosa Cecilia
La
carpintería (2008) Cosa
difícil es vivir sin percibir a Dios. Lo necesitamos, lo buscamos,
lo deseamos, pero a veces se complica. A veces es el ruido que viene
de afuera, otra, el ruido que viene de adentro, ése es peor.
Dios
viene a ser, para el hombre, tan necesario como el aire. El problema
es que el hombre vive debajo del agua. Y así andamos, sumergidos en
el agua y muriéndonos asfixiados.
Me
he preguntado, más de una vez, por qué es tan difícil encontrar a
Dios o escucharlo o verlo o percibirlo de alguna manera. Me he
preguntado, infinidad de veces, porqué es tan fácil perder de vista
a Dios, porque es tan fácil abandonar a Dios cuando Dios es el
oxígeno que respiramos.
Qué
injusto. A mí me parece injusto.
Me
parece injusto que el amor sea un milagro y no una obviedad. Me
parece injusto que la fe sea el único camino posible para descubrir
al ser que más nos ama. Me parece injusto que pasemos tanto tiempo
construyendo una vida de fe para que apenas un minuto de tentación
la destruya.
Dios
tan lejos y nosotros tan solos.
Este
pensamiento me acompañó durante toda la semana. Por qué, si Dios
nos ama tanto, y si nosotros lo necesitamos tanto, parece casi
imposible que caminemos juntos, que yo sea fiel, que Él sea visible,
por qué esta constante lucha para estar juntos, esta lucha que se
lleva, a veces, lo mejor de nosotros.
Tanto
cansancio, tanta frustración, tanta tristeza. Dios tan lejos y
nosotros tan solos.

El
carpintero. El hombre común. El hombre de pies con callos, manos
inmensas, piel ruda, ropa pasada de moda, sandalias viejas, de cuero
gastado.
Qué
cosa fantástica, súrreal, maravillosa. Dios se hizo visible, se
hizo palpable, Dios se tajeó la piel con herramientas de carpintero
y mojó su cabello lleno de arena del desierto y su boca probó
nuestra comida y su cuerpo aguantó nuestro frío.
Y
Dios se rió con nosotros. Dios sostuvo niños en los brazos y, hasta
imagino, cambió pañales.
Dios
supo como somos cuando no dormimos bien y no se asustó con nuestro
mal humor matinal. Dios cocinó, cenó con amigos y bailó en fiestas
de casamiento.
Dios
hizo el ridículo por nosotros. Dios miró a los ojos a las
prostitutas, toco a los leprosos y le tuvo paciencia a los necios.
Dios
se hizo carne y hueso y necesitó de agua y jabón para lavar su
cuerpo transpirado y supo como duele caerse de un árbol y cuan
difícil es ser despreciado por alguien a quien se ama.
Dios
se hizo hombre y dejó que le rompieran el corazón.

Y
cuando veo al Dios de los pies sucios de polvo y arena, junto fuerzas
y comienzo a caminar de nuevo. Intento una vez más. Pido perdón y
me agarro fuerte de su túnica. Me quedo cerca. Y tal vez llegue una
nueva tormenta, y tal vez le pecado vuelva, atractivo y traicionero
como es, y tal vez yo falle mil veces más y tal vez pierda todo lo
que amo en el camino y tal vez todos me dejen.
Pero
la carpintería siempre estará allí, en algún rincón de mi mente.
Y Dios va a mirarme con la misma dulzura con la que miran los hombres
enamorados. Y yo voy a ver sus manos.
Ésas
manos.
Y
voy a comenzar de nuevo. Voy a levantarme mil veces. Y voy a
intentarlo mil veces más.
No
tengas miedo de volver. No tengas miedo de creer. No tengas miedo de
empezar de nuevo.
Dios
no se cansa. Dios no desiste. Dios no para. Él es todo en todos.
Quedémonos
cerca.-
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