lunes, 6 de agosto de 2012

para mi preciosa Cecilia


La carpintería (2008) Cosa difícil es vivir sin percibir a Dios. Lo necesitamos, lo buscamos, lo deseamos, pero a veces se complica. A veces es el ruido que viene de afuera, otra, el ruido que viene de adentro, ése es peor.

Dios viene a ser, para el hombre, tan necesario como el aire. El problema es que el hombre vive debajo del agua. Y así andamos, sumergidos en el agua y muriéndonos asfixiados.

Me he preguntado, más de una vez, por qué es tan difícil encontrar a Dios o escucharlo o verlo o percibirlo de alguna manera. Me he preguntado, infinidad de veces, porqué es tan fácil perder de vista a Dios, porque es tan fácil abandonar a Dios cuando Dios es el oxígeno que respiramos.

Qué injusto. A mí me parece injusto.

Me parece injusto que el amor sea un milagro y no una obviedad. Me parece injusto que la fe sea el único camino posible para descubrir al ser que más nos ama. Me parece injusto que pasemos tanto tiempo construyendo una vida de fe para que apenas un minuto de tentación la destruya.

Dios tan lejos y nosotros tan solos.

Este pensamiento me acompañó durante toda la semana. Por qué, si Dios nos ama tanto, y si nosotros lo necesitamos tanto, parece casi imposible que caminemos juntos, que yo sea fiel, que Él sea visible, por qué esta constante lucha para estar juntos, esta lucha que se lleva, a veces, lo mejor de nosotros.

Tanto cansancio, tanta frustración, tanta tristeza. Dios tan lejos y nosotros tan solos.

Y cuando menos lo esperamos, aparece como una brisa leve, como un pequeño brillo, como una cosa de nada, casi sin hacerse notar. Ahí está, él…

El carpintero. El hombre común. El hombre de pies con callos, manos inmensas, piel ruda, ropa pasada de moda, sandalias viejas, de cuero gastado.

Qué cosa fantástica, súrreal, maravillosa. Dios se hizo visible, se hizo palpable, Dios se tajeó la piel con herramientas de carpintero y mojó su cabello lleno de arena del desierto y su boca probó nuestra comida y su cuerpo aguantó nuestro frío.

Y Dios se rió con nosotros. Dios sostuvo niños en los brazos y, hasta imagino, cambió pañales.
Dios supo como somos cuando no dormimos bien y no se asustó con nuestro mal humor matinal. Dios cocinó, cenó con amigos y bailó en fiestas de casamiento.

Dios hizo el ridículo por nosotros. Dios miró a los ojos a las prostitutas, toco a los leprosos y le tuvo paciencia a los necios.

Dios se hizo carne y hueso y necesitó de agua y jabón para lavar su cuerpo transpirado y supo como duele caerse de un árbol y cuan difícil es ser despreciado por alguien a quien se ama.

Dios se hizo hombre y dejó que le rompieran el corazón.

Y Dios nos dejó sin excusas para abandonarlo. Y cuando estoy cansada, y la culpa no quiere soltarme, yo viajo con mi mente a esa desvencijada carpintería de pueblo chico. Y veo a Dios y sé que Él se hizo hombre para que yo lo vea, para que yo lo toque, para que yo no tenga miedo de acercarme.

Y cuando veo al Dios de los pies sucios de polvo y arena, junto fuerzas y comienzo a caminar de nuevo. Intento una vez más. Pido perdón y me agarro fuerte de su túnica. Me quedo cerca. Y tal vez llegue una nueva tormenta, y tal vez le pecado vuelva, atractivo y traicionero como es, y tal vez yo falle mil veces más y tal vez pierda todo lo que amo en el camino y tal vez todos me dejen.

Pero la carpintería siempre estará allí, en algún rincón de mi mente. Y Dios va a mirarme con la misma dulzura con la que miran los hombres enamorados. Y yo voy a ver sus manos.

Ésas manos.

Y voy a comenzar de nuevo. Voy a levantarme mil veces. Y voy a intentarlo mil veces más.

No tengas miedo de volver. No tengas miedo de creer. No tengas miedo de empezar de nuevo.

Dios no se cansa. Dios no desiste. Dios no para. Él es todo en todos.

Quedémonos cerca.-




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