viernes, 9 de septiembre de 2011

Epílogo

En 1966, John Berger (foto, Londres, 1926) escribió ‘Un hombre afortunado. Historias de un médico rural’, cuya reseña apunta: “es un libro de absoluta vigencia, una lúcida meditación sobre el valor que le asignamos a una vida humana y sobre cuál es el verdadero rostro de la medicina.

En la 8ª edición de Alfaguara figura el epílogo escrito en 1999 por el propio Berger. Lo transcribo porque pocas veces vi el tema del suicidio tratado con tanto respeto y tanta humanidad.

Epílogo

Cuando escribí las páginas precedentes ­–y pienso en particular en las últimas, donde se habla de la imposibilidad de resumir la vida y la obra de Sassal- no sabía que quince años después se suicidaría.

En una cultura como la nuestra, en la que priman la inmediatez y el hedonismo, se suele considerar que el suicidio es un comentario negativo. ¿Qué falló?, pregunta, ingenua. Pero el suicidio no constituye necesariamente una crítica de la vida a la que pone fin: puede que pertenezca al destino de esa vida. Ésta es la visión de la tragedia griega.

John, el hombre que tanto quise, se suicidó. Y, en efecto, su muerte ha cambiado la historia de su vida. La ha hecho más misteriosa. Pero no más oscura. No es menos luminosa ahora; simplemente, su misterio es más violento. Y este misterio hace que me sienta más humilde frente a él. Y frente a él, no intento encontrar lo que podría haber anticipado y no supe ver, como si de todo lo que intercambiamos se hubiera quedado fuera lo esencial. Más bien, ahora parto de su violenta muerte y, desde ella, miro atrás y contemplo con mayor ternura lo que se propuso hacer y lo que ofreció a los demás, mientras pudo aguantarlo.

1999

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