
miércoles, 28 de diciembre de 2011
Página 12, diciembre 2011
martes, 1 de noviembre de 2011
Aportes de gente que quiero…
Huguillo
acostarse recién bañadito; decir que no; ayudar a un insecto que está por ser devorado por una araña; ver una final en la popular; pilotear un barquito de papel después de la lluvia; reírse a carcajadas con un amigo
Vero
cantar con toda la voz aunque desafines; caminar descalza en el pasto mojado de la mañana; mirar todas las puestas de sol posibles; vivir en una isla desierta
July
acostarse con sábanas recién cambiadas; sentir el olor a tierra mojada; encontrar algún dinerito en un pantalón que ya no usás; dormir bien tapadito en invierno
sobre Jane Austen
domingo, 25 de septiembre de 2011
Todavía duele
jueves, 15 de septiembre de 2011
el arte de la simplicidad...
domingo, 11 de septiembre de 2011
de un libro que Rosana me dejó...
viernes, 9 de septiembre de 2011
Epílogo

En 1966, John Berger (foto, Londres, 1926) escribió ‘Un hombre afortunado. Historias de un médico rural’, cuya reseña apunta: “es un libro de absoluta vigencia, una lúcida meditación sobre el valor que le asignamos a una vida humana y sobre cuál es el verdadero rostro de la medicina.
En la 8ª edición de Alfaguara figura el epílogo escrito en 1999 por el propio Berger. Lo transcribo porque pocas veces vi el tema del suicidio tratado con tanto respeto y tanta humanidad.
Epílogo
Cuando escribí las páginas precedentes –y pienso en particular en las últimas, donde se habla de la imposibilidad de resumir la vida y la obra de Sassal- no sabía que quince años después se suicidaría.
En una cultura como la nuestra, en la que priman la inmediatez y el hedonismo, se suele considerar que el suicidio es un comentario negativo. ¿Qué falló?, pregunta, ingenua. Pero el suicidio no constituye necesariamente una crítica de la vida a la que pone fin: puede que pertenezca al destino de esa vida. Ésta es la visión de la tragedia griega.
John, el hombre que tanto quise, se suicidó. Y, en efecto, su muerte ha cambiado la historia de su vida. La ha hecho más misteriosa. Pero no más oscura. No es menos luminosa ahora; simplemente, su misterio es más violento. Y este misterio hace que me sienta más humilde frente a él. Y frente a él, no intento encontrar lo que podría haber anticipado y no supe ver, como si de todo lo que intercambiamos se hubiera quedado fuera lo esencial. Más bien, ahora parto de su violenta muerte y, desde ella, miro atrás y contemplo con mayor ternura lo que se propuso hacer y lo que ofreció a los demás, mientras pudo aguantarlo.
1999