viernes, 27 de julio de 2012





Yo tuve en mi antecesor y padre adoptivo, Antonino Pío, un ejemplo de sencillez y firmeza, de desprecio de las vanidades, de diligencia y de perseverancia... Él daba audiencia a todo el mundo y respetaba los derechos de cada uno; él sabía cuándo y cómo tenía que descansar, lo mismo que la mejor manera de aprovechar el trabajo. Él me enseñó a perdonar a los que se propasasen conmigo y a conducirme como un igual entre las gentes; a distribuir mis afectos, no cambiando de amigos a todas horas ni entregándome a ellos ciegamente. De él aprendí a no depender de nadie y aceptar mis destino, sea el que fuere; a ser precavido en los negocios públicos y no desdeñar el estudio de los asuntos por pequeños que parecieren, sin caer tampoco en puntillos de afectación. Él me demostró que debía estar siempre por encima de los juicios del vulgo; me enseñó a adorar a los dioses sin superstición y servir a la humanidad desinteresadamente; a ser sobrio, a no entusiasmarme pro vanas novedades, a contentarme con poco, a apreciar los bienes que tengo en mi mano y a no desesperarme por su pérdida. De él aprendí a no ser un sofista ni un pedante, sino un hombre práctico que vive en este mundo; a tener buenos modales, a ser limpio y a cuidar de la higiene sin depender demasiado de los médicos... Siempre prudente y moderado, Antonino nunca se entregó con exceso a la manía de construir edificios ni fue excesivo en sus dádivas al pueblo. Pensó sólo en cumplir con su deber, sin cuidarse de lo que diría la gente...


-Meditaciones 
de Marco Aurelio, 
emperador romano en el año 161 de nuestra era-










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