Gracias por las tardes de mate en familia. Gracias por los programas de radio. Gracias por mis sobrinos, los propios y los prestados. Gracias por los libros. Gracias por el mal que recibo sin merecer, porque equilibra el bien que también recibo sin motivo.
Brasil, hace mil años...
Gracias porque en estos 36 años te sentaste a mi lado, con paciencia y en silencio, cada vez que no pude caminar en Tu Presencia.
miércoles, 11 de febrero de 2015
Mi amiga Cecilia nació en una pintura de Gustav Klimt.
Dice la leyenda que en realidad fue en territorio nacional, hija de
Emilio y Graciela, pero quienes la conocemos sabemos que, secretamente,
sus padres la sacaron de un cuadro del pintor austríaco y se la trajeron
en barco hasta la mesopotamia argentina. Tan espléndida llegada al
mundo explicaría su singularidad, su creatividad, sus rasgos poco
comunes, sus pies de princesa, sus manos de artista, su cabello
ensortijado y su piel trigueña que se niega a acusar recibo de las tres
décadas de vientos que le han acariciado el rostro. Explicaría
también su alma bohemia, su afición a los colores, su impecable gusto
para vestirse sin parecerse a nadie y un cuerpo hermoso que nació para
tener curvas, esas formas redondas que existen para cobijar a hijos y
amantes con igual generosidad. Mi amiga Cecilia, que esta hecha de
calidez, bondad e inteligencia, está convencida de haberse perdido a sí
misma en los avatares del tedioso mundo adulto. Incluso las hadas que
nacen en cuadros vieneses están sujetas a las reglas del cotidiano
vivir: sueños rotos, ilusiones diluidas, la vida que nos pasa por
encima sin previo aviso. Lo que ella no sabe es que nadie, nunca, se
pierde completamente a sí mismo, a menos, claro, que viva alienado del
mundo. Y Cecilia es todo, menos un ser alienado. Ella nunca ofrece
nada que no sea, en igual medida, una extensión de su alma. Hasta el más
mínimo detalle está impregnado de su esencia. Nunca da lo tiene, ella
da lo que es. Y aquí se esconde uno de los grandes secretos de la vida:
nunca puede perderse quien se ha dado a sí mismo al prójimo, porque
parte de su ser se arraiga en quienes lo rodean. Así es con mi amiga,
mientras su cansancio y su soledad le cierran los ojos, quienes estamos
cerca guardamos su esencia, su objetos, sus rituales, sus imágenes, sus
palabras, su risa, retazos de su identidad. Como en una pintura,
ella puede experimentar inmovilidad, pero quienes la observamos
guardamos parte de su belleza y excepcionalidad. Como en toda obra de
arte, es una simple cuestión de perspectiva.
Así que este es mi
regalo de cumpleaños, querida Cecilia: No estás perdida, estas guardada
en nosotros, tus afectos, y cuando finalmente hayas terminado de tomar
aliento y decidas seguir viaje, cada uno de nosotros va a devolverte
parte de la luz que se fue apagando. Dios pintó tu retrato con polvo de
oro y brillás, aunque no te des cuenta. Lo mejor no está por venir, lo mejor ya existe, lo mejor sos vos...